Listado de admitidos en la carrera, entre ellos Luis Osca. Western States

EL CABALLO BLANCO DE LA ORQUESTA DE VALENCIA

Luis Osca, percusionista solista, completó una carrera mítica de 100 millas en California

Domingo, 1 de julio 2018, 10:24

La Western States es una carrera mítica que se disputa en California desde hace décadas. Son 100,2 millas (unos 160 kilómetros) entre imponentes cañones de color ocre en los que el corredor, dependiendo del año, de la meteorología, puede encontrarse nieve y temperaturas de 40 grados, como la semana pasada. Es tierra de antiguos buscadores de oro donde un año, en 1955, se organizó una prueba, desde la oficina de Correos de Tahoe City hasta Auburn, para demostrar que los caballos podían recorrer cien millas en menos de 24 horas.

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Diecisiete años después, un grupo de veinte soldados de Infantería, salieron a correr con los equinos. Siete de ellos llegaron a Auburn, aunque se sospecha que tomaron algún atajo y hasta que hicieron algún tramo a caballo. Ya en 1974, Gordy Ainsleigh, se unió a los caballos el 3 de agosto y completó el recorrido en menos de 24 horas. Al año siguiente, el único corredor se retiró. Hasta 1977 no fue, en realidad, la primera carrera de verdad, con catorce atletas en la línea de salida. Solo llegaron tres. Todos en menos de 30 horas, lo que dio pie a crear un premio especial para los que acaben en menos de ese tiempo. Al año siguiente finalizó la primera mujer, Pat Smythe, y uno más tarde la carrera ya tenía la fama suficiente para reunir a 143 corredores de 21 estados y cuatro países diferentes.

La gran leyenda de esta carrera donde ha triunfado Kilian Jornet es Scott Jurek, el estadounidense que enlazó seis victorias seguidas entre 1999 y 2005, el año que anunció que no volvería a competir. A Jurek casi todos le conocemos por su aparición en 'Born to run', el librazo de Christopher McDougall que cuenta la historia de Micah True, 'Caballo blanco', el corredor que viajó a México para buscar por los barrancos a los tarahumaras, los rarámuri, los pequeños corredores que recorren larguísimas distancias por la Sierra Madre con sus huarachas. La Orquesta de Valencia tiene a su particular Caballo Blanco. Se llama Luis Osca y es el percusionista solista. Luis es de Guadassuar y hace varios años, nada más volver de un viaje a México, se encontró que su hermano, Vicente, corredor empedernido, se había caído desde lo alto de una escalera y estaba hecho trizas en un hospital. Luis consiguió que el doctor Cavadas le recibiera y después, cuando le dijo que accedía a operarle, se puso delante de su hermano pequeño y le dijo que a partir de ese día iba a correr por él.

El año pasado disputó el Gran Trail de Peñalara, en Madrid, que le permitía entrar en la lotería, junto a otras 15.000 personas de todo el mundo, para lograr un dorsal para la Western States. Pensó que era imposible. Solo son 260 plazas para la gente corriente (hay alguno más para atletas de elite y patrocinadores) y se olvidó de aquello. Pero unas semanas después recibió la noticia de que tenía un dorsal. «Claro, no lo iba a desperdiciar», advierte para justificar que se lanzara a esta locura.

Osca cruzó emocionado, hace una semana, la meta de la mítica carrera en Auburn. Lo hizo en la 'Golden Hour', como llaman a los 60 minutos en los que entran los que realizan entre 29 y 30 horas. Los únicos que se llevan la camiseta de la prueba además de la hebilla de bronce (los que bajan de 24 horas reciben la hebilla de plata). Luis sufrió como un perro en medio de ese paisaje asombroso. Fue sobre el kilómetro 70, con 100 todavía por delante. Su cuerpo sufrió un bajón repentino y tenía ante él una subida terrible -la carrera acumula unos 5.500 metros de subidas y unos 7.000 de bajada-. Estaba bloqueado y se sentó en el suelo, sopesando tirar la toalla. Entonces pasó un corredor a su lado y le soltó: «¡Eh, flaco, levántate y camina, que aquí no se abandona!». Un gesto solidario entre iguales que le espoleó a seguir trotando.

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Luego se recuperó. En los descansos, para reponer fuerzas, hidratarse bien en un día sofocante y echarse algo al buche, cogía el teléfono y leía y escuchaba los mensajes de ánimo de sus sobrinos. Después reemprendía el camino en un marco inolvidable. «He corrido en los Pirineos y en los Alpes, pero esto es incomparable. Vas entre cañones enormes, viendo los lagos en el horizonte, flores, árboles gigantescos...». Milla a milla hasta llegar a la última. «Es inenarrable. Cada vez que decían mi nombre, me ponía a llorar. Es que hace un año era imposible pensar que yo pudiera estar ahí». Solo hay algo comparable. Un concierto. «Que es incluso más difícil porque ahí no puedes parar a recuperarte...».

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