Este verano he visto cosas que no creeríais: incendios que mordieron el mapa de España por la mitad, temperaturas propias del infierno derritiendo el asfalto, un tren a punto de quemar vivos a sus más de cincuenta viajeros porque la autoridad incompetente no avisó de que Bejís había sido evacuado, el mar más caliente que la boca de algún dirigente empresarial valenciano, energía a precio de descarga de silla eléctrica, esqueletos emergiendo del lecho seco de los pantanos, tormentas de rayos y balas heladas de cañón, aunque sin lluvia... Y un presidente del Gobierno al que no se le ocurre mejor idea para aliviarnos el calor y la miseria a los demás que quitarse la corbata y abrir la ventana de su casoplón oficial. Y ya. La autoparodia convertida en política milagrosa. Nos gobierna el espejo de la madrastra de Blancanieves, si no la mismísima madrastra, perdón, el mismísimo madrastro.
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Y digo yo que, cuando el presidente se quita la corbata, se quedará más fresquito él mismo, pero los otros, aquellos que no tenemos una ventana que dé a los jardines de la Moncloa, seguimos sintiendo idéntica angustia por lo que vale la comida, idéntica sensación de que vamos cuesta abajo, idéntico cabreo porque cada día nos dan publicidad para cenar y nosotros preferimos sopa de fideos. Bien sé que lo de la corbata y la ventilación es sólo postureo de guapo, fardada de matasiete de culebrón, como ese ir a Toledo presumiendo de Ray-Ban en el Falcon, che, el Pete Maverick del distrito de Tetuán..., y que hay que hacerle el mismo caso que a las posturitas del novio de Barbie en la teletienda y, sin embargo, no puedo evitar morder el anzuelo. La sonrisa profident no rebaja impuestos, ni abre empresas, ni reduce burocracia. España necesita políticos que dicten menos prohibiciones y acepten más sacrificios personales. La buena política consiste en hacer lo debido, aunque perjudique al que gobierna, justo lo contrario de la martingala esta de la seducción, del engaño.
Acabo de enviar a la imprenta una novela sobre esto, saldrá en noviembre, un esperpento español, y con tantos personajes como he retratado, aún me falta un presidente enamorado de sí mismo, pero no de su trabajo. Me pregunto si Sánchez en invierno, con un jersey abrigado, regalo del canciller alemán, y la chimenea de su salita encendida, también nos obligará, a los que no tenemos chimenea, a poner la calefacción a cinco graditos. Veremos cosas que no creeremos: la política del Gobierno convertida en el mayor problema para las familias vulnerables, pero, eso sí, con muchas fotos molonas del madrastro.
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