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El mismo día -ayer jueves- en que este periódico publicaba que Málaga «inspira el futuro de los museos del siglo XXI» con un foro internacional que refuerza su papel como capital cultural del sur de España, también daba cuenta de las dificultades del proyecto de Caixaforum Valencia, en el Ágora, con una demora en las licencias municipales que frena el previsto complejo. Pero es que si esto era en las páginas de Culturas, en las de Economía te encontrabas con otra institución en problemas, Feria Valencia, donde la Generalitat y el Ayuntamiento aún están definiendo el modelo y a partir de ahí quién se hace cargo de la presidencia. Sin prisas, ¿eh?, que total sólo llevan cuatro años y medio en el poder (ese ¿eh? es un homenaje a Ribó y su latiguillo, «crec que vosté té algun problema auditiu, ademés de algun altre, ¿eh?», le espetó a María José Catalá recientemente haciendo gala de una gran sensibilidad). Del Ágora me podría ir al Palau de la Música, que tras los desprendimientos en el techo se ha cerrado hasta no se sabe cuándo. O darme una vueltecita por el Cabanyal, en el que salvo la renovación de unas aceras y las obras que han podido hacer algunos particulares todo está igual que estaba. Si finalmente me quedara en el centro me dirigiría a las plazas de la Reina y del Ayuntamiento, ¿cuánto tiempo llevan anunciando su inmediata reforma? Y ahí, sentado en una terraza al sol de noviembre recordaría aquel proyecto de Museo Sorolla que ya buscaba emplazamiento en la ciudad pero del que desde entonces, hace de esto año y medio, nunca más se supo. Así que menos mal que tenemos los proyectos que impulsa esa iniciativa privada tan denostada por la izquierda radical y el nacionalismo más sectario, desde el rascacielos diseñado por Ricardo Bofill al macropabellón que Juan Roig va a construir con un coste estimado de 220 millones de euros si las licencias municipales -otra vez las licencias- y, en definitiva, el Ayuntamiento de Valencia se lo permiten, que fácil no se lo van a poner. Menos mal que abren hoteles, que la restauración ha dado un salto de calidad, que el comercio se renueva y que también de la mano del dueño de Mercadona se vislumbra para los Santos Juanes un futuro como el de San Nicolás, visita imprescindible para todo el turismo que pisa Valencia, que es mucho, no como en los noventa, cuando viajar hasta aquí era poco menos que una excentricidad. Menos mal, en fin, que los malvados empresarios y los millonarios mecenas se quieren dejar el dinero en la tercera capital de España porque en caso contrario ahora mismo no saldríamos de las fiestas, conciertos, batucadas y eventos de todo tipo en la plaza del Ayuntamiento, incluyendo el mercadillo ambulante donde uno puede agenciarse unos calcetines baratísimos.
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