Urgente El Sueldazo de la ONCE entrega 300.000 euros y un sueldo durante veinte años a un jugador este domingo

Preguntarse quién manda hoy en la Valencia futbolística solo supone conocer quién va por delante del otro en la tabla. Sin más. No tiene sentido ir más allá porque los dos clubes son diferentes, orgullosos de lo suyo, con su propia idiosincrasia y ninguno anhela ser el otro. Levante y Valencia tienen objetivos, historia, masa social, presupuesto y palmarés diferente. Son incomparables mirando al pasado porque uno de ellos, el blanquinegro, ha militado durante décadas en las alturas del Olimpo del fútbol nacional mientras el otro sobrevivía en el inframundo balompédico como reducto de orgullosas minorías. Pero en la última década se ha producido un lento pero continuado movimiento de tierras que, entrados los nuevos años veinte y dejando a un lado sentimentalismos estériles, augura un escenario de igualdad que algunos siguen sin querer ver.

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La gestión de ambas entidades ha provocado un terremoto que ha cambiado los roles del fútbol de la capital valenciana, muy estable desde los años cuarenta del siglo pasado. Mientras uno sigue creciendo, gracias a una gestión seria con nuevas fórmulas de expansión, el otro cae en picado sumido en el vértigo de sus propios errores. El Levante UD hoy, más allá de la clasificación puntual del primer equipo y su papel en Copa, tiene estabilidad económica, un estadio reformado, una masa social joven, titularidad valenciana, proyecto de nueva ciudad deportiva con la cantera por delante del rival, ejemplo de labor social con su Fundación, líder en fútbol sala nacional, el femenino segundo... Mientras, en la acera de enfrente, la crisis institucional con la incompetencia de la propiedad singapurense roza el esperpento y provoca vulgaridad deportiva y desarraigo entre sus desesperados aficionados. Con estas perspectivas el Levante, poco a poco, se consolida por delante de sus vecinos en quiebra, más pendientes de la aparición de «un príncipe o un dentista», que cantaba la Jiménez con la Cabra Mecánica, que de otras cuestiones.

Pero lo que resulta ridículo a estas alturas es que todavía haya quien se empeñe en arrogarse la representatividad de una tierra enarbolando la bandera de la hegemonía y siga aferrado al pasado negando la realidad presente. Muchos de estos trasnochados todavía asocian ser del equipo de esta tierra con la exclusiva filiación chota, como si el Levante fuese murciano o conquense. Se puede perder el 'derbing', que diría el gran Miquel Nadal, pero con dignidad y respeto, aparcando de una vez un paternalismo condescendiente que, hoy por hoy, carece de base. El supremacismo futbolístico en Valencia se ha acabado. Disfrutémoslo todos. O no.

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