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MANTONES DE MANILA

Mª ÁNGELES ARAZO

Domingo, 20 de octubre 2019, 09:38

La Labradora', emblema de la tienda, era una delicada y antigua muñeca de porcelana, a la que no le faltaban ni los rodetes del peinado de cabello rubio. Destacaba entre bellísimos mantones de Manila y mantillas de blonda, que obligaban a pensar en verbenas, ofrenda de flores y tardes de toros de un ayer rubricadas con desfile en la Alameda para su lucimiento.

La muñeca atraía la mirada del público especialmente de los extranjeros, que siempre han gustado de recorrer las calles que rodean el Mercado Central para descubrir los comercios centenarios como éste, fundado en 1885 y manteniéndose fiel a la especialidad de ricas sedas y encajes.

El auge de las fiestas populares en la Comunidad Valenciana propició a 'La Labradora' un resurgimiento del mantón, que la moda favoreció con su utilización en cenas de gala veraniegas.

Vicente Monsalve Torres, gerente del comercio en mi periplo por hermosas tiendas, me comentó que paradójicamente los mantones son de China aunque todos les llamemos de Manila, en recuerdo de los que traían los mozos que hacían el servicio militar en Filipinas.

Lejos de la uniformidad, que tanto impera actualmente, existían dos variedades: el mantón de raso bordado con motivos orientales e incrustaciones de caritas de marfil, y el llamado mantón español, de crespón bordado con flores y pájaros de colores muy vivos, pero todos lucían largos flecos de los talleres especializados de Cantillana; pueblo sevillano donde se mantiene tan peculiar artesanía.

En cuanto a las mantillas, en Valencia gusta la de blonda negra y chantilly, seguida de la granadina: tul bordado a mano. Del pasado, en el cajón del olvido, quedaron los velos para acudir a misa y los mantones de gasa y georgette que representaban el luto tradicional con su 'alivio´ correspondiente y número de meses impuesto según se tratase de orfandad, viudedad y hasta de la familia del cónyuge.

Citemos, por último que nunca falta ron los bellos damascos y espolines de Carala, Garín y Enguidanos. Nuestro lujo en el barroquismo.

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