Vivimos con la sensación de ser el ojito derecho de Dios. Disponemos del planeta como si nos perteneciera. Ocupamos parcelas, construimos en ellas, las llenamos de basura y nos enfrentamos en guerras de conquista convencidos de que realmente es de nuestra propiedad aquel pedazo de terreno al que llamamos «nuestro». Pero ¿qué ocurriría si apareciese un primo y reclamase compartir la herencia? En serio, si nos encontrásemos con otro animal del género Homo, cercano a la especie sapiens y que formase parte de la familia ¿podríamos seguir atribuyéndonos el derecho a decidir por todas las criaturas de la Tierra? Hemos crecido con la comodidad moral de ser los únicos Homo que hay, eso nos permite suponer que además fuimos creados a imagen y semejanza de Dios, pero... ¿y si hubiera otros? ¿También serían como Dios?
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El antropólogo Gregory Forth ha publicado un inquietante libro en el que sugiere que unos hobbits, pequeños, velludos, cabezones y con los pies grandes, sobrevivieron a la implacable ley de la evolución y que siguen existiendo en las selvas de Indonesia. Son hombres y mujeres, pero hasta la fecha los habríamos confundido con monos. Serían ejemplares de Homo floresiensis, un homínido prehistórico del que se encontraron restos en la isla de las Flores y que podría no haberse extinguido. A este respecto, recoge Forth bastantes testimonios de avistamientos y contactos. Hablamos de un Yeti chiquitín, aunque con fundamento científico, de un Parque Jurásico de trogloditas. Aunque si lo pienso, los españoles de la posguerra también éramos pequeños, velludos, cabezones y con los pies grandes, es más, con los pies apestosos, y nadie nos consideró de otra especie, al menos a la cara.
Yo no necesitaba semejante estudio para concluir que los prehistóricos conviven con nosotros. A diario los escucho gruñendo en el bar, veo sus decoraciones rupestres que ahora se llaman pintadas y percibo la fiereza de los colmillos afilados con que marcan sus opiniones políticas. Que coexistimos con neandertales..., pues claro, menuda novedad. Y muchas veces incluso les votamos para que representen nuestro enfado en lugar de nuestra inteligencia. Qué chasco se van a llevar los intransigentes, los maleducados y los odiadores cuando descubran que lo suyo no es extremismo ideológico, sino prehistoricismo superviviente. A lo mejor va y resulta que sí, que esos grupos ruidosos de despedida de soltera o de soltero, disfrazados con pelucas y juguetes sexuales, con que nos cruzamos cada fin de semana..., pues eso, que son tan manada de cromañones como sospechábamos.
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