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La última vez que un político asomó el morro por el barrio de Marxalenes fue para inaugurar un engedro que antes era un parque para niños. Retiraron unos columpios para llenar la plaza Joaquín Dualde de juegos conceptuales que nadie utiliza y nadie entiende. Marxalenes ... era un barrio obrero, de gente humilde y trabajadora, de personas que madrugaban mucho y llegaban tarde a casa para llegar a fin de mes, que a fin de cuentas es el mayor de los retos. Hoy es una zona peligrosa, un punto de delincuencia al por mayor, de tráfico de drogas, de peleas diarias, de miedo y terror, un barrio que, si nadie lo remedia, ocupará titulares a cinco columnas porque llegará el día, más pronto que tarde, en el que habrá que levantar algún cadáver de la acera. La plaza Joaquín Dualde, en el espacio que hay entre la falla de la Parreta y la comisión de En Guillem Ferrer, se ha convertido en un punto de encuentro donde la gente bebe, consume y trapichea con droga sin que nadie haga nada. Hay días que las botellas vuelan en busca de alguna cabeza que abrir, tardes en las que los puños salen a pasear y noches en la que las conversaciones terminan a patadas y guantazos. Día tras día. Hay que atreverse a ponerle el cascabel al gato y sería hipócrita tapar una parte de esa realidad. El miedo, la delincuencia y el terror lo proyectan bandas latinas y ciudadanos africanos, que supongo que luchan por esa parte del pastel que engorda el dinero fácil de negocios ilegales. En Marxalenes había comercios de barrio, pescaderías, carnicerías, bares pequeños, panaderías, ultramarinos... un paisaje que ha sido arrasado en los últimos años por los nuevos vecinos, que han suplido a aquellas familias que se han largado de barrio para disfrutar de una vida más tranquila. Hace años, el gobierno municipal construyó una cancha de baloncesto al aire libre para hacer más entretenida la vida en la zona. Hoy, en ese punto ya no hay ni canastas ni pelota. Esa cancha es la zona cero del trapicheo, el cuadrilátero en el que resolver las diferencias, un punto de batalla. Los pocos vecinos de toda la vida que quedan viven atemorizados, agazapados en sus balcones, denunciando sin parar una situación que el Ayuntamiento parece que atiende pero no resuelve. El primer paso sería inutilizar esa cancha de delincuencia para evitar una concentración diaria de bandas cuya actividad termina bien entrada la madrugada y regada con exceso de alcohol. A los políticos del Ayuntamiento de Valencia les interesa bien poco la situación de Marxalenes, Tránsitos, Benicalap, Orriols... porque los chicos y chicas de la nueva política viven abrigados en zonas acomodadas, algunos llevan a sus hijos a colegios privados y la nómina sirve para abonar con desahogo el precio de la luz. En el barrio también hay un carril bici por el que parece que no quiere pasar nadie. Los políticos están a tiempo de resolver un problema y evitar muertos, aunque siento que ya llegan tarde.
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