La historia le recuerda como el «rey felón» porque si algo caracterizaba la personalidad de Fernando VII era la deslealtad. Tanto es así que protagonizó una conspiración contra su propio padre, Carlos IV, para arrebatarle el trono. Aquello acabó aprovechándolo Napoleón para invadir España, padre e hijo abdicando en Bayona, José Bonaparte como «rey intruso» -llamado de este modo porque los españoles nunca lo reconocieron- y un levantamiento de Madrid contra la ocupación francesa que se replicó por España dando lugar a la Guerra de Independencia. En ese contexto se fraguaron las Cortes de Cádiz y la Constitución de 1812 que reconocía la soberanía popular y la separación de poderes. Pero ese nuevo marco político de principios liberales tuvo una vida corta. Tal día como hoy, 4 de mayo, pero del año 1814 Fernando VII ordenó un Real Decreto para declararlos «nulos y de ningún valor ni efecto». Rubricado en Valencia, el texto dictaba que se eliminaran «como si no hubiesen pasado jamás tales actos y se quitasen del tiempo». Fue su primera decisión en cuanto pudo regresar a España después de que Napoleón lo reconociera como legítimo soberano y retirase sus tropas de suelo español. Fernando VII engañó a los liberales que habían organizado un plan para que jurara la Constitución de Cádiz y se echó en manos de la nobleza y el clero, a quienes no les costó convencerle de que repusiera el Antiguo Régimen. Aquel 4 de mayo se restauró la Inquisición. España se sumió en un periodo oscuro de inestabilidad y autoritarismo. Han pasado más de doscientos años desde entonces pero la casualidad, o una carambola de impulsos iniciada en Murcia, ha querido que hoy, 4 de mayo, sea una jornada que también quedará para los anales. Al menos es la voluntad que se ha proyectado en una campaña electoral exorbitada de fuegos cruzados dialécticos bajo el yugo de términos como libertad, democracia, fascismo o comunismo. Los candidatos se han lanzado esos conceptos como puñales apelando a los instintos y las emociones de los electores. Se han volado las líneas rojas de los extremos aplicando el «todo vale» por un puñado de votos. El resultado de ese discurso es una polarización cada vez más aguda y radical que ha eclipsado la política del país. Tanto es así, que parece que hoy los madrileños en lugar de elegir quién gobernará en la Puerta del Sol en los próximos años, van a decidir quién ocupará La Moncloa. Se da por hecho que Madrid, como termómetro demoscópico, determinará el futuro de los partidos y sus líderes en clave nacional. De manera que lo que ocurra en la Asamblea no se quedará sólo en la Asamblea.
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Hace algo más de dos siglos, Fernando VII, ávido de poder, no tuvo reparos en traicionar a su pueblo, el mismo que se había sublevado para defenderle. Hoy el 4 de mayo se reescribe para la posteridad con las letras de la ambición.
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