La apertura de una parte del Parque Central -un 40% del total previsto en el Plan General de Ordenación Urbana- es una de las pocas buenas noticias que se han registrado en Valencia en estos últimos años. Las obras las puso en marcha la anterior Administración local y se han completado con la actual. El resultado es opinable. En materiales y acabados se ha producido un ajuste respecto a la idea inicial, fruto de unos tiempos que reclaman contención y menos alegría que cuando un arquitecto valenciano de fama internacional exigía que el mármol para uno de sus edificios fuese comprado en una cantera italiana determinada. Y no podía ser en otra, costara lo que costara. Al haberse preservado unas naves industriales y de almacenamiento que sirven para recordar que aquellos terrenos fueron ferroviarios y al estar los árboles recién plantados, la sensación es que a la zona verde le falta vegetación, un defecto recurrente que, no obstante, se resuelve con el tiempo, cuando los ejemplares crecen y se hacen adultos. Pero la gran incógnita sobre el parque no es lo que ya se ha hecho, que, insisto, es uno de los pocos motivos de satisfacción de un tripartito local al que los grandes proyectos producen alergia, desde el PAI del Grao al de Benimaclet pasando por la regeneración del Cabanyal o la transformación de la Marina en un nuevo foco de actividad ciudadana. El interrogante que se cierne sobre el proyecto es su continuación, lo que implica el enterramiento de las vías, la construcción de un túnel pasante por gran parte del casco urbano, la ejecución de una nueva estación subterránea y el derribo del ascalextric de Tránsitos. Y no sólo porque se trata de una obra descomunal, tal vez el mayor reto urbano al que se enfrenta Valencia desde el desvío del Turia, sino fundamentalmente porque los presupuestos de las administraciones implicadas ya no son los de antaño, los políticos ya no tiran de chequera con la misma ligereza que hace años, y el recurso al endeudamiento viene muy limitado por el control que ejerce el Gobierno central, que no hace más que seguir las directrices de Bruselas. De lo que se deduce que es muy probable que la segunda fase del jardín esté dando vueltas y más vueltas por los despachos del ayuntamiento, de la conselleria y del ministerio sin que en esta ni en la siguiente generación lleguemos a ver el inicio de unas obras que se nos antojan casi irrealizables, tanto por su complejidad técnica y su afección en diversos barrios de la ciudad como por un coste tan elevado que se convierten en inasumible para los poderes públicos. Y como está demostrando el caso de Mestalla y su posible venta como solar, tampoco la iniciativa privada quiere repetir las locuras de los años de bonanza. ¿Nos quedaremos sólo con medio parque?
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