Para encontrar un precedente, para saber cuándo los vendedores del Mercado Central forzaron las puertas del Ayuntamiento antes del jueves, hay que remontarse a los graves sucesos de carestía, desabastecimiento y tasa de precios que se produjeron en 1918, cuando la Guerra Mundial impuso una crisis económica descomunal que sumió en la pobreza a la mitad de la población española.

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Curiosamente, cien años después, la indignación ha regresado al Mercado, que desde hace bastantes años, no solo desde 2015, se ve sometido a un verdadero acoso en lo que podríamos llamar la normal accesibilidad de sus clientes. El fracaso de la Generalitat en la terminación de la línea de Metro y el estacionamiento complementario hace que los problemas del gran mercado valenciano se arrastren una década. Y que todos los esfuerzos de los vendedores para modernizar instalaciones, vender por internet y distribuir la compra a domicilio estén tropezando, una y otra vez, con las dificultades que, en aras de «mejorar» la circulación, vienen a cerrar, un año tras otro, los horizontes de prosperidad de los vendedores.

Claro está que desde que llegó al poder municipal Compromís -que no el PSOE- la movilidad en Valencia se ha hecho casi imposible y el acceso al Mercado Central se ha convertido en algo a la medida de los héroes. Ni al que asó la manteca se le ocurriría desviar del Mercado las líneas de autobuses como ha hecho el concejal Grezzi y convertir la plaza en una terraza de bar infinita. Acudir al sótano del centro comercial con coche propio, como tienen necesidad y derecho a hacer los compradores, es una misión imposible que se nota en el arqueo de caja de todos los empresarios de la zona, no solo los del Mercado. Ahora, demorado por incompetencia de gestión municipal el sistema de canje de puntos en el nuevo estacionamiento de la avenida del Oeste, los comerciantes se encuentran con el propósito de cerrar y cerrar más calles solo porque vienen fiestas. Lo han entendido como lo que es: una agresión, un atentado contra la ciudad misma y su comercio; algo parecido a un proyecto de suicidio del centro de la ciudad.

Los concejales de Compromís no saben la suerte que están teniendo. Mientras el PSOE mira para otra parte, la oposición municipal más benigna de España no se está enterando, ni quiere, del hondo malestar ciudadano existente. Los que nutrieron la protesta histórica del jueves fueron unas docenas; pero están jugando con fuego y van a provocar que sean miles de comerciantes de todo el centro histórico los que se agolpen a las puertas del Consistorio, acompañados de paso por taxistas que no quieren Uber, conductores hartos de carriles sin sentido y peatones agobiados por bicicletas y patinetes incumplidores. La indignación ciudadana contra Grezzi y su alcalde, que aflora a todas horas en los cuatro puntos cardinales de la ciudad, es de temer que salte cualquier día, sin esperar el momento propicio y democrático de las urnas. Ellos verán.

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