El mesón de Morella
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Desde que salía el sol, el Carmen era un hervidero de carros y caballerías. Por el puente de San José, por los portales de la ... Corona y de Quart llegaban docenas de arrieros con su carga, sin respeto al descanso ajeno, con la bota de vino a mano y la alforja repleta de encargos y malhumor. Toda la zona de la ciudad que ahora tenemos cerrada a vehículos foráneos, ese espacio controlado por cámaras rigurosas, estaba tachonado de mesones en los que se daban cita los ordinarios, las líneas de enlace de la capital con los pueblos.
Cuando seguimos estudiando el destino del edificio de Correos, Valencia apenas se ha enterado de una noticia mínima, ahogada entre estertores de crisis: la segunda restauración del viejo mesón de Morella. En 1995, en tiempos de la alcaldesa innombrable, ya fue noticia la salvación de la antigua posada y la puesta a disposición de la entidad Valencia Antiga. A pocos pasos del mercado de Mosén Sorell, como una rareza, se había salvado uno de los 38 mesones que Vicente Boix citaba en su Guía de Forasteros del año 1849, una joyita, una corrala con patio adoquinado y una galería circundante, con habitaciones, donde los trajinantes buscaban el alivio de un jergón.
«Traginers», llamamos en valenciano a ese gremio de gente polvorienta y dura. La mercancía, el recado, el encargo... también la llegada de buenas y malas noticias. Desde el primer «alfondech» (fondeq, alhóndiga, fonda) que Jaime I reconoció en la esquina de las calles Alta y Baja, el barrio se especializó en albergar, además de talleres artesanos, establecimientos donde se pudiera guardar, distribuir y tomar mercancía; al mismo tiempo, se daba cobijo a los gañanes y las bestias. Desde el siglo XVI, el mesón de Morella está vivo a cuatro pasos de la plaza de San Jaime; pero también estaban el del Rey, el de la Cadena, el hostal del Ángel y muchos más, terminales nerviosas de vías de transporte que llegaban hasta el Maestrazgo, Benicarló, Ademuz, la Ribera, Alicante o la Marina... Si el puerto era sagrado, posadas y mesones eran terminales de una red capilar de transporte, comercio y noticias que vertebraba el reino.
Destinado al departamento municipal de Juventud, el viejo mesón de Morella ha sido objeto, ahora mismo, de una puesta en limpio que trae de la mano la posibilidad de al menos asomarse al patio donde, antiguamente, había relinchos mañaneros, ruido constante de trasiego y bullicio de muleros con prisa. En la apertura se ha instalado una exposición de carteles sobre la acción de la ciudad para los jóvenes. Con todo, se me hace que, siendo un fin noble el que tiene, el local merece muchísimo más. Allí hay demasiada vida, demasiada historia como para olvidarla.
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