Un camión de bomberos ardió en pleno incendio forestal tras quedarse bloqueado. Los bomberos de su dotación tuvieron que dejarlo abandonado, al no poder arrancarlo, ... y correr para ponerse a salvo de las llamas. La compleja tecnología incorporada al moderno vehículo determinó que se autoexcluyera de la escena hasta ser pasto del fuego, simplemente porque los sensores antipolución debieron captar excesiva carga contaminante, por la humareda de alrededor, y malinterpretaron que el causante era el propio motor, inactivando cualquier posibilidad de ponerlo en marcha. Para no contaminar más.
Publicidad
El suceso es toda una metáfora de estos tiempos y parece fruto de la imaginación de un guionista de serie televisiva, pero, como tantas veces, la realidad supera a la ficción y reactiva recónditos temores. ¿Nos acabará absorbiendo tanta tecnología que nos rodea? ¿La inteligencia artificial será capaz de anularnos y hasta gobernarnos en contra de nuestra voluntad? Pues ahí lo tenemos. Un camión para apagar incendios, cargado de agua y de tecnología punta, decide autoinmolarse en el fuego antes que permitir que los profesionales que iban a bordo pudieran ponerlo en marcha para continuar su tarea y, sobre todo, antes que nada, escapar del fuego. El conglomerado de dispositivos que lo equipaba debió entender que había demasiado humo como para sumar el de su tubo de escape. En el diseño actual de estas máquinas prima la seguridad a ultranza... aunque se convierta en inseguro bumerán.
Quizás lo más sensato fuera que en cualquier vehículo para emergencias sea prioritario asegurar precisamente su función para llegar al punto de la emergencia, cumplir la tarea y salir sin contratiempos, antes que andar sofisticando cosas que pueden estar muy bien para otros casos, pero no para cumplir con desahogo en momentos de riesgo y apuro. Pero lo que estamos viendo de continuo es que hoy se prefiere atender con preferencia la teórica sostenibilidad, que lo encarece todo y en ciertas situaciones se torna en contra de lo necesario.
Los agricultores, por ejemplo, saben muy bien, porque lo sufren, hasta qué punto les complican la vida múltiples sensores y botoncitos que incorporan hoy los tractores. Los dejan tirados en medio del campo hasta que acude -si puede- el técnico con su maletín, resetea el colapso electrónico y les pasa factura bien aseada. De ahí que se revaloricen los vehículos agrícolas de antes, a prueba de todo y capaces de salir airosos de cualquier embate. Igual habrá que recurrir un día a viejos motores que garanticen que no se pare una ambulancia camino del hospital o el camión de bomberos en medio del incendio.
Suscríbete a Las Provincias al mejor precio: 3 meses por 1€
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
Publicidad
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.