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LA MIEL, MÁS QUE UNA METÁFORA

Mª ÁNGELES ARAZO

Miércoles, 27 de junio 2018, 19:05

Ya saben, las famosas pinturas rupestres de Bicorp, con la extracción de la miel de los enjambres prendidos en riscos, testimonian que siempre fue buscada desde antiguo por estas latitudes. Las técnicas de elaboración más cuidadas pertenecen a los romanos y su uso se convirtió en lujo con los árabes, quienes estudiaron el mundo de las abejas con delectación, como se advierte en el 'Tratado de Agricultura' de Ibn Wafid.

Abundan las metáforas líricas referentes a la miel; y si los clásicos confesaban que era un fino rocío caído sobre las plantas que después lamían las abejas, y de ahí la diferencia de sabores, en los poemarios árabes amorosos gana importancia porque sabor a miel tienen los besos de enamorados, sus labios y saliva; sin olvidar que fue el dulce preferido del Profeta.

Con la sensibilidad de los observadores árabes, siguiendo el vuelo de las doradas abejas y las matas floridas, arbustos y árboles que las atraían, declararon que la mejor miel era la que se conseguía de la ajedrea, seguida de la del romero, el tomillo y el brezo.

La coincidencia fue unánime en utilizarla tanto por su dulzura como por los beneficios que aportaba a la salud. La elogia Avenzoar para curar enfermedades, sobre todo la miel que es clara, la que puede traspasar la vista y no es demasiado espesa. Resalta que el 'calor' de la miel es vivo, propio, natural, superando al del azúcar, que logró sus propiedades mediante una elaboración en la que intervino el fuego, que destruyó la condición esencial de 'ser vivo'.

Nuestra tradición colmenera se acentuó con la aceptación de la repostería morisca, especialmente en los dulces llamados frutas de sartén, que se ofrecían como agasajo en los zocos.

En los pueblos del interior, la miel fue perseverante; tenemos el alajú (miel cocida con pan rallado y algunas nueces depositadas entre neulas), los 'terroncillos' y los 'grullos', que se elaboran tanto en Requena y Utiel como en los pueblos del Calle de Ayora-Cofrentes, y 'les orelletes', con la pasta muy fina, que reciben su beso dorado; ya saben, un beso.

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