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EL AÑO DEL VALENCIA BASKET Y SERGIO GARCÍA

EL AÑO DEL VALENCIA BASKET Y SERGIO GARCÍA

Mi retrospectiva en el deporte valenciano no es un análisis concienzudo sino un salto de un recuerdo a otro

Domingo, 31 de diciembre 2017, 11:01

Este podría haber sido, en Valencia, el año de la bicicleta. Para bien y para mal. O el de la invasión de los bares de cereales, los bazares alemanes Tedi y las tartas de Oreo. Pero esto es la cantina y aquí venimos a hablar de deportes. Hoy es el día de la retrospectiva deportiva. Me he propuesto no hacer trampa. Es decir, no revisar qué ha pasado en estos doce meses y elegir las hazañas que más me han fascinado. Voy a fiarlo todo a mi memoria. Lo que allí se ha anclado es lo que queda.

Un recuerdo domina a los demás. El Valencia Basket triunfal que ganó su primera Liga ACB inunda mi cerebro. No solo por el título y la propina de la Supercopa. O las dos finales perdidas, pero disfrutadas y para mí muy meritorias. Creo que jamás olvidaré cómo jugó este equipo ya legendario. La serie contra el Real Madrid que acabó con la Fonteta patas arriba fue, probablemente, el mejor baloncesto que se ha visto, de manera más o menos regular, en Valencia.

El gran culpable de este regalo fue Pedro Martínez, un veterano que logró lo nunca visto, que una plantilla, un rebaño de jugadores, un grupo de jóvenes, fuera siempre, sin dudar, sin flaquear, por donde él señalaba. ¿Por aquí? Por aquí. ¿Por allí? Por allí. Sin rechistar. Eso, en el deporte profesional, es realmente inusual. Pedro Martínez lo consiguió y ese fue su primer gran paso para formar un equipo soberbio y, al final, campeón.

En la primera fila de mis recuerdos también permanece una atleta pequeña con un talento gigante: Joyciline Jepkosgei, la keniana que batió en Valencia el récord del mundo de medio maratón. Fue una proeza mayúscula pues en abril ya había elevado el tope de esta distancia. Un mes después, en la carrera estelar del calendario, el Maratón Trinidad Alfonso, volví a disfrutar como un enano viendo el duelo entre Kitwara y Chebet. Se impuso el primero, pero los dos entraron en la fastuosa meta de la Ciudad de las Artes y las Ciencias por debajo de dos horas y seis minutos. Más rápidos que nunca en Valencia.

Ese domingo la ciudad volvió a volcarse con los corredores. Sobre todo con los populares, los que tardan más de cuatro minutos, y no menos de tres, como los primeros, en hacer cada kilómetro. Solo encuentro otra celebración deportiva, y no es en Mestalla, capaz de rivalizar en respaldo social. Es el Gran Premio de la Comunitat Valenciana de motociclismo. Cheste estuvo otra vez a reventar y vibró con el nuevo título mundial de Marc Márquez, el piloto de los codos milagrosos.

El siguiente recuerdo me traslada hasta Augusta y allí, sobre el tapete verde, Sergio García, polo verde, gorra verde, embocó el putt de su vida para ganar el Masters, su primer grande. Me emocionó verle apretar el puño y flexionar las rodillas mientras la multitud que rodeaba el green y los búnkers que lo protegen chillaba excitada "¡Ser-Yi-O, Ser-Yi-O!". Un valenciano se ajustaba la chaqueta verde que ya vistieron Seve Ballesteros y José María Olazabal. Aquel 9 de abril de 2017 se convirtió en uno de los días más importantes de la historia del deporte valenciano.

Del verde de augusta salto al blanco inmaculado del trinquete Pelayo, la cancha que este nuevo año brindará por su 150 aniversario. Imagino que el Ayuntamiento ya tendrá preparada una celebración acorde a uno de los templos deportivos más vetustos de Europa. ¿O no? Allí se coronó campeón Soro III. El resto de Massamagrell recuperó el título individual que la temporada anterior le había arrebatado Puchol II. Me admiran aquellos deportistas capaces de, con cierta edad, reponerse de las derrotas, entrenar con más ambición si cabe y ser capaces de volver a ser los mejores. Como Rafa Nadal. Como Roger Federer. Llegados a este punto, es el momento de comprobar de qué pasta está hecho 'Pucholet'. Es el año de saber si es un gran jugador o un pilotari llamado a marcar una época. La pelota está en su tejado.

También ha sido el año del buenismo. Todo el mundo se ha puesto de acuerdo en que es algo espantoso que un equipo de fútbol de niños le meta 25 goles a otro. Los apóstoles del deporte piensan que eso es humillar al rival. Para mí no. Para mí humillar es ganar 25-1 y restregárselo por la cara al contrincante. Los 25 tantos son simplemente el reflejo de la desigualdad entre un equipo y otro. Y si el más débil no quiere volver a ser zarandeado lo que tiene que hacer es esforzarse y aprender a jugar mejor.

Feliz año.

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