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MINIFUNDIOS SIN SALIDAS

VICENTE LLADRÓ

Lunes, 6 de noviembre 2017, 09:54

Un agrónomo preocupado por el futuro de tanto campo abandonado que lacera el paisaje y la capacidad productiva, muestra su inquietud ante el problema y propone que se cree alguna plataforma que analice la eterna cuestión del minifundismo. Su encomiable intención es que personas con conocimientos al respecto estudien, debatan y propongan posibles soluciones, o vías alternativas, que pudieran servir para superar este eterno dilema, que es en muchos casos auténtico factor limitante.

Quedamos para hablar del asunto, sin grandes pretensiones, en plan tertulia inicial. Y salen enseguida a flote los principales puntos que explican por qué las cosas son como son y lo difícil -por no decir casi imposible- que es encontrar soluciones, salvo casos concretos y más o menos aislados, en tanto que las Administraciones implicadas -todas- no terminen de darse cuenta del alcance de este rompecabezas que es el minifundio valenciano y adopten medidas que de verdad obren el milagro de ofrecer caminos de salida.

No hace falta insistir mucho en las causas que han llevado hasta aquí: precios a la baja, costes al alza, espiral de ruina, jóvenes que renuncian y se han ido a otras cosas, envejecimiento y abandono... Más sentimentalismo residual que lleva a no querer transferir la propiedad de lo que fue de los padres, si encima no hay necesidad económica y prevalece la vana esperanza del 'día de mañana...'

Se apunta que el proyecto de ley valenciana de estructuras agrarias plantea mecanismos para movilizar el mercado de la tierra vacante. Sí, pero su tramitación parlamentaria va lenta, y además no puede resolver problemas de fiscalidad (nivel estatal) que frenan la movilidad de la tierra, que es al final lo que se busca. No basta con eliminar los impuestos de transmisiones patrimoniales, sucesiones y donaciones. Existen muchos casos en los que, habiendo voluntad de vender un campo, o de donarlo (por ejemplo de padres a hijos), a la hora de la verdad se renuncia por los costes añadidos de impuestos. Quien compra o recibe lo donado puede quedar a salvo, se le incentiva con la eliminación impositiva, pero no así la otra parte. A menudo ocurre que como esos campos están escriturados a precios de hace varias décadas, al realizarse la venta o donación se generan aparentes ganancias patrimoniales -verdaderamente irreales- que obligan a pagar una buena parte en la declaración de la renta. No digamos si es una donación de padres a hijos. ¿Qué gana quien lo da? Pero la legislación está así. Y otra cuestión que debería estudiarse es la de los programas operativos de las cooperativas, que obligan a que los socios incluídos en ellos no puedan salir durante años, por más que su voluntad -y su edad- sea la de dejar de cultivar y pasar el testigo a otros.

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