Hoy tienes ese día. Has pasado de las noticias y, al levantarte, te has puesto una lista de canciones a la que, en un alarde de originalidad, llamas: Italianísimo. O sea, que empiezas el día exhibiendo tu pertinaz incorrección política, tu adhesión existencial a ese constructo heteropatriarcal y fascista conocido como «amor romántico». Te produce escalofríos sólo escribirlo: amor romántico..., qué van a pensar de ti, criatura. Actualmente, se tolera sentir amor por las gallinas violadas por los pollos, por las almas, haciendo caso omiso de su cuerpo y, por supuestísimo, de su género, o por un número indeterminado de personas no binarias con las que se intercambian fluidos de mutuo acuerdo, pero una mujer por un solo hombre o un hombre por una sola mujer..., ¡¿qué tipo de aberrante agresión machista no se esconde tras semejante desempoderamiento de la sororidad?! Escuchas a Nicola di Bari, Ricchi e Poveri, incluso a Romina y Al Bano, como si fueran poetas malditos, inquietantes trovadores de lo prohibido, voces del infierno.
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«Más yo tiemblo sintiendo tus senos, te odio y te amo, mi mariposa que muere agitando las alas, haciendo el amor en sus brazos...», canta Umberto Tozzi en español. Y dejas correr el agua de la ducha por tu rostro mientras coreas el tema apasionadamente. Te lo sabes de memoria desde tu adolescencia, entonces no lo confesabas porque era una horterada y ahora porque es casi ilegal por su letra ofensiva para el Ministerio del Pensamiento Autorizado. De ordinario, en la ducha sigues las tertulias de la radio, agachas la cabeza, te enjabonas como si te abrazaras y no te paras mucho en las transiciones espumosas de un miembro y otro, aceptas la vida que te ha tocado, pero otras veces..., ah, otras veces vuelas. Sí, algunos días, como hoy, pasas de esa política barriobajera que nunca cambia, mandas tus preocupaciones a la eme, abres el grifo que suelta la catarata caliente de la alcachofa, dejas que la lista Italianísimo despliegue sus efluvios contraculturales y le ofreces al amor romántico el grito más entonado que tus pulmones son capaces de elevar. Cantando en la ducha eres libre. Sentimental, soñador y alegre. Che, un vagabundo.
Y es entonces cuando te vienen las mejores ideas, tan ingeniosas que se te olvidan justo al salir de la ducha. Dices que deberías apuntarlas, pero que no tienes una libretita impermeable. Por ejemplo, hoy, que la primavera te ha golpeado en la cara, que te has olvidado de quién eres y que en la ducha se te ha ocurrido escribir esto, ya no te acuerdas del final del artículo. Y mira que era bueno...
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