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Hay algo que te deja sin palabras después de recorrer el Centro Memorial de Víctimas del Terrorismo con sede en Vitoria: el dolor de las ... familias que impregna todo el espacio. La desesperación tiene también un rincón en el sótano. Quinientos treinta y dos días enterrado, que no encerrado, en un espacio que es poco más que una caseta de perro. En la puerta, por la parte exterior, una nota: si se publica esto en el periódico (párrafo) mantenedlo con vida; si leéis esto otro, ya saben. El hecho de que Ortega Lara sobreviviera, caminando entre la vida y la muerte en aquella celda 2,2 metros que parecen uno, sin saber en qué lado estaba, significa que el segundo mensaje no llegó a publicarse. 12.528 horas de espera para él y para su familia, y para un país que no tiene memoria. Horas interminables para la familia del empresario valenciano Luis Suñer, secuestrado en 1981 durante varios meses, siete años después de construir un estadio para el UD Alzira. Porque lo que atesoran ahora los gruesos muros del Centro Memorial, que fue antes banco, es el dolor concentrado de las familias y su recuerdo.
La vida se detiene. Tenía diez años y al escuchar a su madre tienes la impresión de que el atentado ha ocurrido ayer mismo. A veces pierdes a tu padre y, con él, a tu madre, que se ha ido un poco también. Escuchas y avanzas. Lees los últimos párrafos de la carta de un joven guardia civil: cuenta con ilusión las venturas y desventuras de su primer destino, el sueño de su vida. Haces cuentas. Es un sueño muy breve. Llega la carta. Tres meses después, la noticia del atentado. Él te mira desde una fotografía muy querida para alguien.
ETA es el grupo terrorista que más víctimas mortales y heridos ha provocado en España; pero en el relato del terror del Memorial hay espacios para las víctimas de otros terrorismos. Un bebé: Begoña Urroz, víctima del Drill. El monopatín de Ignacio Echeverría. Y es que aún hemos pedido a las víctimas, los familiares, un último esfuerzo: que compartan sus pensamientos, sus recuerdos, sus voces, sus fotografías, sus videos, sus cartas, una boina, sus escenas familiares, para que nosotros podamos no comprender sino sentir en lo más profundo, de una forma pública e íntima a la vez, su dolor. Algo reconforta: es el cuidado, el respeto, el mimo con el que se ha levantado este monumento a la memoria. En cada detalle, cada vídeo, cada expositor. Por supuesto que lo sabías, lo sabemos todos. Lo publicó Las Provincias en enero de 1992, agosto de 2002, febrero de 1996. Silvia Martínez, Broseta, Tomás y Valiente. Demasiadas veces. Pero hay que darse de bruces con el dolor.
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