No ha sido seguramente el mejor verano de nuestras vidas, pero gracias a la vacunación se ha transformado, para muchos, en el mejor posible. Lo ... reflejan las cifras del sector turístico, que repunta en la Comunitat. Tras duros meses de confinamiento, en plena desescalada, la Organización Mundial de la Salud advertía hace un año que no habría vuelta a la antigua normalidad «en un futuro previsible». Doce meses después hay que darle la razón: no se ve el fin. Viajamos más y estamos más protegidos con la inmunidad al 70%. Pero queda lejos todavía la vieja normalidad.
Publicidad
La población, hastiada, se divide a la hora de afrontar este impasse forzado. Una parte, resignada, mantiene las precauciones y la mascarilla en exteriores; otros han pasado página y no aceptan este compás de espera: ni acatan normas, ni aceptan restricciones. La polarización y la subversión frente a la autoridad son cada día más patentes. Los botellones no solo no se han frenado sino que se han generalizado y radicalizado, con ataques a los cuerpos y fuerzas de seguridad, en un fin de fiesta que va más allá del vandalismo. Las cifras de fallecidos se normalizan, tres o cien a diario, qué más da. Lejos de los quinientos, las pérdidas se sufren en silencio: las víctimas desaparecen de nuevo bajo el manto de la invisibilidad que marcó el inicio de la pandemia. Y buena le ha caído en las redes a Margarita del Val (»agorera», «amargada») por explicar que, con la llegada del frío, es posible que se desate una nueva ola. La «poco optimista» viróloga del CSIC ha sido objeto de todo tipo de insultos y vejaciones, algunos irreproducibles, por expresar simplemente una mera posibilidad, un punto de vista cualificado sobre la evolución de la pandemia. A quién se le ocurre.
El interés decae; se habla de Afganistán, del ISIS y los talibanes, de los fenómenos climáticos extremos, la subida rampante e indignante de la luz (tres años para explicar que no hay solución, porque apenas producimos energía eléctrica), o la guerra táctica de Ayuso tras la cruzada de Puig contra la bajada de impuestos. En la etapa final de la vacunación crecen la intolerancia, la agresividad y la indiferencia ante el riesgo. Pero el virus sigue circulando: ha dejado su impronta en unas Fallas septembrinas deslucidas. Dignas, porque las comisiones han dado lo mejor de sí para poner un marco decoroso a la quema de los monumentos y apoyar el rescate al sector. Su esfuerzo salda la deuda con el patrimonio cultural reconocido por Unesco, amenazado como tantos otros por la suspensión, la pérdida de puestos de trabajo y protección insuficiente.
Suscríbete a Las Provincias al mejor precio: 3 meses por 1€
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
La palygorskita, los cimientos del vino rancio en Nava del Rey
El Norte de Castilla
Publicidad
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.