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Mensajes de condolencias ante una imagen de Carlovich. AFP
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SILLA DE ENEA ·

El componente literario es esencial en la conformación de la mitología del fútbol

JOSÉ RICARDO MARCH

Lunes, 11 de mayo 2020, 07:38

Varias generaciones de españoles tienen adheridas a la memoria, casi por castigo, las vicisitudes y hazañas de Rodrigo Díaz de Vivar. Ya saben: el Cid, infanzón de la nobleza castellana altomedieval, es expulsado de su heredad por su rey («Qué buen vasallo», etcétera) y desterrado a tierra de mahometanos, donde, sin perder su lealtad a su soberano, se gana la vida como soldado de fortuna. Su continuo esfuerzo bélico, religiosidad y obediencia tienen premio: la conquista de un extenso reino a orillas del Mediterráneo, un apacible retiro vital, y la boda de sus hijas, tras un fallido -y doloroso- experimento previo, con dos futuros reyes. Fin.

Más allá de las líneas esenciales de esta historia, casi todo lo que sabemos o creemos saber del Cid es pura invención, producto de reelaboraciones posteriores a la muerte del guerrero. En primera instancia, debidas a cuatro manos (el espléndido cantar de Mio Cid, cumbre de la épica castellana) y, con posterioridad, a decenas de aportaciones que completan con detalles novelescos, a veces inverosímiles, la vida del personaje. Unos añadidos puramente literarios que cumplieron plenamente con el objetivo marcado: crear un mito. Sin el poema y las historias que derivaron de este, convertidas con el tiempo en un manantial inagotable que ha surtido al cómic, el cine o los videojuegos, seguramente Rodrigo sería uno de tantos caballeros medievales condenados al olvido.

El ejemplo, uno de los mil que podríamos emplear, muestra perfectamente la importancia de la elaboración y articulación de un relato potente, más o menos real, para trascender al tiempo y el espacio. Así ocurre en el caso del 'Trinche' Carlovich, oscuro pelotero argentino de los setenta muerto esta semana como consecuencia de una agresión sufrida en Rosario. El mito de Carlovich, señalado por un puñado de testimonios de altura (a saber: Fontanarrosa, Maradona, Menotti o Pasarella, entre otros) como uno de los mejores futbolistas de la historia, ha sido elevado a la enésima potencia como solo los argentinos saben hacerlo: entre hipérboles y montañas de epítetos. Poco importa que el 'Trinche' jugara casi toda su vida en el fútbol modesto de su país, que sus comparecencias en la élite fueran escasas y decepcionantes o que no se conserven registros audiovisuales que avalen las afirmaciones de sus valedores. Creemos a pie juntillas la historia porque nos entusiasma dejarnos llevar por la literatura y, en consecuencia, suscribimos lo que haga falta.

Al repasar la historia de Carlovich pienso en los cronistas que hace un siglo popularizaron el fútbol entre la sociedad valenciana. Y constato el éxito de sus propuestas al comprobar cómo muchas de las formulaciones acuñadas entonces gozan de buena salud tantos años después. Por ejemplo, cuando hoy afirmamos el decanato del Levante lo hacemos sobre la base de lo expuesto en su momento por Amador Sanchis, que ideó los argumentos de la antigüedad y la autenticidad para ocultar la pérdida de potencial deportivo de su equipo, el Gimnástico. Y cuando escribimos sobre los primeros grandes jugadores del Valencia (Montes «el emocionante» y Cubells «el del juego científico») seguimos dando pábulo, sin pestañear, a lo expuesto, en crónicas repletas de exageraciones, rebosantes de colorismo y pasión, por revisteros como José Fernández, 'Caireles', creador del culto laico alrededor del Valencia Fe-Ce.

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