Un modelo insostenible

EL ESTADO DE LA SANIDAD ·
La sanidad pública tendrá que reinventarse si quiere subsistir a la exigente inmediatez de los pacientes, al gasto desbocado y a la cultura del 'todo gratis'

Daniel Guindo

Valencia

Miércoles, 1 de febrero 2023, 00:38 | Actualizado 00:51h.

Involución. El actual modelo de sanidad pública, tal y como lo conocemos, tiene los días contados. La fórmula es insostenible y los acontecimientos de ... los últimos años, con al pandemia de coronavirus al frente, no han hecho más que acelerar un declive que obligará a tomar decisiones drásticas. La cultura del 'todo gratis' especialmente alentada por la izquierda; la inmediatez a la que las nuevas tecnologías han malacostumbrado a los pacientes; el progresivo envejecimiento de la población y, por consiguiente, el incremento de enfermos crónicos; y un gasto cada vez mayor y, por lo tanto, más difícilmente asumible, harán que las Administraciones no tengan más remedio que cambiar el modelo por otro más impopular pero más sostenible. No es de recibo que el coste de la asistencia sanitaria en la Comunitat se acerque ya a los 6.000 millones de euros, el doble que hace sólo dos décadas, montante que se destina casi exclusivamente a pagar el salario de los profesionales sanitarios -que cada vez hay más, pero parecen menos al estar mal repartidos y sufrir déficits en especialidades y áreas concretas- y los gastos de funcionamiento de hospitales y centros de salud. Aquí no entra la construcción de nuevas infraestructuras, como la ampliación del Clínico o el futuro complejo Ernest Lluch de Campanar; o la adquisición de los últimos y más novedosos dispositivos tecnológicos. Este montante va destinado, básicamente, a que cada mañana puedan abrir los centros de Atención Primaria y a que los hospitales puedan atender constantemente la demanda de los pacientes.

¿Y quién tiene la culpa de que hayamos llegado a este extremo? Pues todos, en mayor o menor medida. Los pacientes, al menos parte de ellos, por un lado. Aquellos que acumulan medicamentos en casa fruto de prescripciones sobredimensionadas que apenas tienen coste para el usuario en las farmacias, aquellos que inundan las salas de espera de las urgencias hospitalarias por procesos banales, aquellos que se presentan en los centros de salud y quieren ser atendidos en el momento porque «es ahora cuando me viene bien» o porque «acabo de recoger al niño del colegio». En definitiva, de todo aquel que no hace un uso responsable de la sanidad pública porque «estoy en mi derecho y es gratis».

También de las Administraciones. De esas que esas que hacen uso de la sanidad como un arma electoral para obtener un puñado de votos. De esas que anteponen los intereses ideológicos a la gestión más eficiente posible. De esas que no impulsan campañas de concienciación ciudadana sobre el uso responsable de los recursos ni sobre autocuidados. En definitiva, de esas que no se preocupan, exclusivamente, en ofrecer el servicio más eficaz.

Y hasta del propio sistema. Ese tan sumamente rígido que impide competir para contar con el mejor profesional o el más especializado cuando y donde haga falta; pero que a su vez es incapaz de prescindir de aquellos trabajadores -los menos, afortunadamente- que no cumplen con los mínimos estándares de calidad exigibles.

Así las cosas, renovarse o morir. El modelo actual no se sostiene un pide a gritos una evolución. Hacia un sistema en el que sea más estrecha la colaboración público-privada -la cada vez mayor contratación de seguros de salud lo pone sobre la mesa-; un modelo que no se base en el 'café para todos', que cubra las necesidades básicas, pero que pueda articular ciertos copagos con los que, por un lado, obtener una vía de financiación adicional y, por otro, ahuyentar el mal uso de los recursos. Un sistema solidario, con pacientes concienciados, profesionales implicados y gestores eficientes. ¿Una utopía?