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En modo 'silla de ruedas'

En modo 'silla de ruedas'

Escritor y periodista, miembro de Acción Católica, Manuel Lozano Garrido pasó 32 años en silla de ruedas. En 2010 fue proclamado beato por Benecicto XVI

PEDRO PARICIO AUCEJO

Lunes, 22 de junio 2020, 07:44

En 1920, año en que nací, mi pueblo gozaba de un esplendoroso desarrollo industrial y minero. Gracias a él, Linares -en pleno corazón de Sierra Morena- no solo poseía más población que Jaén, la capital de la provincia, sino que llegó a tener operativas cinco estaciones de ferrocarril, servicio de tranvías y una intensa actividad periodística, que marcaría mi futura dedicación profesional. En aquel ambiente comencé a abrirme a la vida, disfrutando de mis travesuras infantiles, el contacto con la naturaleza y la práctica del deporte.

En 1931 inicié mis estudios de bachillerato e ingresé en el centro de Jóvenes de Acción Católica. Durante la guerra civil distribuí clandestinamente la Eucaristía a los enfermos, siendo consciente del riesgo que ello suponía. Pero me había tomado en serio el Evangelio: por eso, cuando tuve que pasar la noche entera del Jueves Santo en prisión -en 1938 fui encarcelado durante tres meses-, lo hice adorando al Señor Sacramentado que me habían pasado oculto en un ramo de flores.

Antes de terminar la contienda, me aparecieron los primeros síntomas de una enfermedad reumática que me iría impidiendo progresivamente los movimientos. Tras acabar la guerra retomé los estudios y la actividad apostólica. A pesar del avance de mi dolencia colaboré en emisiones de radio y desplegué una intensa actividad intelectual y espiritual. Sin embargo, mi cuerpo se iba convirtiendo en un amasijo retorcido de huesos doloridos. Esta experiencia me permitió poseer una visión ascética del dolor como «llamada para alzar la mirada al cielo, de donde viene nuestro auxilio». Lo asumí gozosamente con la plena conciencia de que su aceptación engendra el mayor milagro posible: el ascenso hacia Dios.

La parálisis aumentaba día a día: tuve que abandonar las aulas, no pude ingresar en la Escuela de Periodismo, dejé de ir a los barrios a hacer apostolado y fui reducido a la soledad y el silencio. A los veintidós años mi inmovilidad fue total y, desde entonces, permanecí postrado en una silla de ruedas. Allí sentado, me dediqué a escribir: cuando perdí el movimiento de la mano derecha, aprendí a escribir con la izquierda y, cuando esta quedó paralizada, dicté mis palabras a un magnetófono. Me convertí en escritor y periodista: redacté nueve libros de espiritualidad, diarios, ensayos, una novela autobiográfica y cientos de artículos para la prensa provincial y nacional. Seguí al pie de la letra mi 'decálogo del periodista', en el que recomendé «trabajar el pan de la información limpia con la sal del estilo y la levadura de la eternidad» y no servir «ni pasteles ni platos picantes, sino el buen bocado de la vida limpia y esperanzadora».

Asimismo, desde mi rincón inmóvil fundé Sinaí, actividad destinada a formar grupos de 'oración por la prensa', a los que alentaba con mi propia revista mensual: junto con un monasterio de clausura, doce enfermos -en total, llegaron a ser trescientos- tomaban sobre sí el cuidado espiritual de un medio de comunicación social en concreto. A pesar de vivir ya veintiocho años en la silla de ruedas y haberme quedado también ciego desde 1962, nunca dejé de amar mis dos profesiones: la de escritor y la de inválido, en la que «[vivía] mi inutilidad como una cosa normal, como es normal ser rubio o tener vocación de obrero».

(Manuel Lozano Garrido falleció en 1971. A pesar de su gravísima patología física, mantuvo una permanente sonrisa y sembró de alegría a los cientos de jóvenes y adultos que se acercaban a él en busca de consejo. Su secreto radicó en la profundidad de su espíritu eucarístico, mariano y eclesial y su incansable apostolado. Quienes le conocieron en vida recogieron su herencia y, además de reeditar sus escritos, constituyeron la preceptiva asociación para encargarse de promover el proceso de su canonización. En 2010 fue proclamado beato -el primero como periodista laico- y el Papa Benedicto XVI lo puso de ejemplo para aquellos profesionales de la comunicación que quisieran encontrar «un testimonio [del] bien que se puede hacer cuando la pluma refleja la grandeza del alma y se pone al servicio de la verdad y las causas nobles»).

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