Nunca entendí que Mónica Oltra fuera un activo electoral, la gran baza de Compromís para pasar de ser una formación casi irrelevante a sentarse a hablar de tú a tú con el PSPV para pactar el Consell y a ocupar la Alcaldía de Valencia, feudo ... durante 24 años del PP. Pero así era. Con la ayuda de la televisión y de las redes sociales -a las que la izquierda saca todo el jugo, mucho más que la derecha- construyó un personaje combativo capaz de enfrentarse a la policía si era necesario con tal de defender a los vecinos del Cabanyal o de sacarle los colores a Camps y a quien hiciera falta, reclamando a gritos sus dimisiones, con o sin pruebas, que eso es lo de menos. Era un fenómeno de la llamada nueva política, una renovación de un panorama agotado y golpeado por la corrupción. Pero al pasar de la oposición al gobierno, al abandonar el uniforme de manifestante y dejar atrás las camisetas de 'Wanted', la espuma de la gaseosa que había subido rápidamente comenzó a bajar. Y sigue haciéndolo. De tal forma que lo que en su momento fue un activo electoral, ahora es una pesada carga. Porque la que venía a rescatar a las personas es la consellera responsable de un departamento que desatendió a una menor que sufrió abusos sexuales a manos de su entonces marido. Y que llegó al extremo de llevar a la niña esposada ante el magistrado que iba a juzgar el caso. Y porque cuando ha llegado la hora de gestionar, a la política opositora se le han visto todas las costuras, la inconsistencia, la escasa pericia profesional, la falta de respuestas ante los desafíos que presenta hoy una sociedad en permanente cambio. A los más fieles a su causa les seguirá colando el relato de la mujer mártir de una conspiración de la extrema derecha. Aunque a ese complot haya venido a sumarse la consellera de Justicia, Gabriela Bravo, al mostrarle a Oltra la puerta de salida. Pero a muchos potenciales votantes de Compromís les repugna el caso de cómo su conselleria trató los abusos de su ex marido. Que el cartel de Oltra se ha vuelto tóxico está fuera de duda, otra cosa es que los nacionalistas tengan alternativa. O que Vicent Marzà, una vez fuera de Educación, sea la mejor opción teniendo en cuenta sus veleidades abiertamente catalanistas. Una característica de la nueva política, en consonancia con los tiempos actuales, es que todo se quema muy rápido, a golpe de tuit, y que los líderes llamados a destronar a los viejos referentes se desvanecen con la misma facilidad con la que aparecieron. Aunque algunos, como Iglesias, se resistan a retirarse del todo. Más allá del recorrido judicial que tenga su caso, Oltra es pasado. Falta ver si Marzà es futuro para los suyos.
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