Morante, sin remilgos

De todos los esfuerzos hechos para plantarle cara a la pandemia, pero también a quienes querían aprovecharla para hacerle daño al toreo, el de mayor calado, al que valoramos como excepcional, es el protagonizado por Morante de la Puebla: por actitud, por la predisposición mostrada, y, otro sí, por la voluntad sin remilgos de aportar soluciones atractivas para incentivar a los aficionados.

Realidad avalada sobradamente, porque desde el momento que comenzaron a aparecer los nubarrones que amenazaban con herir de muerte a la tauromaquia, él se hizo presente. Y no lo hizo recurriendo a fórmulas manoseadas. Comenzó rindiendo homenaje a la figura de uno de los espadas más admirado por todos los toreros, en el centenario de su muerte, como fue José Gómez 'Joselito'. Para ello desempolvo, sin complejos, no sólo el vestuario de la época, también el espíritu del genio de Gelves. Dio un paso más y se embarcó en la dura tarea de dar visibilidad a encastes que fueron santo y seña y que cayeron en el olvido.

Y con su propósito fue más allá. Renunció a mantener su caché en aras de hacerse presente en pueblos, y hasta en aldeas, con tal de expandir la ilusión por el arte de la lidia que él tan bien representa. Gesto éste que no siempre ha sido bien entendido por quienes más debían haberlo celebrado: el propio toreo. Olvidándose muy pronto de que durante toda la pandemia y, esencialmente la temporada pasada, hizo bandera, ¡y de qué manera!, de una de las mayores expresiones artísticas que jamás tuvo el toreo. Con Morante, el ardid literario de la exageración si estaría justificado.