De la mosca al moscardón de la tele
UNA PICA EN FLANDES ·
ESTEBAN GONZÁLEZ PONS
Lunes, 13 de julio 2020, 07:41
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UNA PICA EN FLANDES ·
ESTEBAN GONZÁLEZ PONS
Lunes, 13 de julio 2020, 07:41
En la televisión recién estrenada del apartamento de Náquera se metió una mosca. Se colaría por alguna de las rendijas de ventilación que el aparato presentaba por detrás. El caso es que, Dios sabrá por qué, el bicho se las ingenió para pasar al frontal de la tele y ahí, entre los dos dedos que separaban la pantalla de 625 líneas del cristal protector, murió. Quedó acostada con las patas hacia arriba. Aquella era una televisión cúbica, voluminosa, pesada..., la típica tele en blanco y negro. La primera que tuvimos en el apartamento, vaya. Franco aún vivía... Y no se podía ver la tele sin percatarse de que teníamos un insecto negro de cuerpo presente en la pantalla, aunque se hubiera vuelto invisible para mi familia. En los diez años que conservamos esa tele la mosca ni se descompuso ni se secó. Digo yo que los rayos catódicos tendrán alguna repercusión momificadora, reconocible si se piensa en el efecto que la telerrealidad produce sobre el raciocinio nacional.
La inmensa felicidad de los veranos eternos de mi infancia la asocio a esa mosca difunta de la tele. A esa y a todas las del mundo. Cada primavera las primeras moscas, pequeñas y confiadas, se colaban en clase y nos distraían. A veces les colgábamos un hilo rojo y las echábamos a volar para que distrajeran también al profesor. Después me acompañaban durante todo el veraneo. Antes de subir a la piscina, mi madre cerraba las contraventanas, dejando el apartamento en penumbra, y rociaba la atmósfera con 'flit' para que no quedasen moscas vivas cuando volviésemos a comer puré con tostones. Le parecía asqueroso que las cazase con la mano. El mundo era muy sencillo entonces; en verano moscas de día y mosquitos de noche, sin mezclarse ni fluir de un género a otro. Las moscas no picaban, los mosquitos sí. Los peligros pertenecían a la noche.
Una vez se posó una mosca en el labio inferior de ella, hacía calor, sonrió, la mosca se fue y yo la besé ahí por primera vez en mi vida. También trazaba una cruz donde se paraban las moscas en las cartas que escribía desde el cuartel y ponía: «Aquí, una mosca vino a leer para volar a contártelo». No seas moscón, me dijo además su mejor amiga. Las moscas barruntan sexo, sueño y muerte. Antes de que existiera el aire acondicionado las moscas eran parientes de visita buscando galletas Príncipe en la despensa.
Y una mosca podía morir de vieja dentro de la tele porque los cuentos nos ocurrían a los niños, ahora ya no, ahora los cuenta el presidente del Gobierno, ese tábano que se chupa las patitas y que se ha quedado en mi tele de adulto.
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