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El futuro tiene mucha gracia hasta que llega. Los nacidos cuando empezaba el último cuarto del siglo XX vimos cómo se consumían bajo nuestros pies fechas que habían alcanzado antes la condición de fronteras, escenarios míticos, que el prosaico paso de las hojas del calendario ha terminado por devorar. Pasamos por 1984 sin que se hubieran impuesto los régimen totalitarios en el mundo, como se temía George Orwell tras contemplar el avance del estalinismo; aunque es verdad que fue el año del lanzamiento del primer ordenador 'Mac' de Steve Jobs y su manzanita mordida.
Cruzar la frontera del año 2000 no sirvió para encontrar coches voladores, androides domésticos u otras maravillas, predicciones con tan poco acierto como los apocalípticos anuncios de las distopías. La nómina de fracasos suma y sigue con 2001, que no nos trajo odiseas en el espacio ni colonias en Marte ni en la Luna, del mismo modo que no hubo patinetes voladores en 2015, como prometía Regreso al futuro II.
Tampoco nos da tiempo de ponernos a la altura de Blade Runner en lo que queda de año, ya que la aventura del cazador de replicantes transcurre en 2019 y todavía no tenemos a nadie sintético (pero muy bien acabado) que haya visto «naves ardiendo más allá de Orión», para volver y liarla parda con el objetivo de superar su fecha de caducidad.
El porvenir suele llegar por otros caminos y es difícil encontrar en la ciencia ficción una predicción de internet o de los teléfonos móviles que no sea una suerte de 'walkie-talkie' para sostener en la mano izquierda mientras el héroe empuñaba con la derecha una pistola galáctica que más parece un secador de pelo.
Así nos pilla la decisión de suprimir la matriculación de vehículos que consuman gasolina, diésel o gas. Cuando se pensaba que el híbrido era el futuro, resulta que también se irá por el desagüe, empujado por la corriente eléctrica, junto a miles de empleos. Las empresas valencianas piden prudencia al Gobierno después de tomar una decisión que se quiere imponer a la carrera y los sindicatos se unen por una vez a los patronos en reclamar ayudas a la transformación que no se lleve por delante a tirios y troyanos.
Aquí se ha querido ser más papista que el Papa, pero lo cierto es que la Comisión Europea es la que incentiva la medida, pero no plantea qué hacer para sacar adelante el cambio sin que resulte brutalmente caro en costes y puestos de trabajo. Hay que ayudar a la metamorfosis: aspirar a la evolución frente a la extinción. Ahí está como ejemplo lo que le ha pasado al flamenco y a la copla, que se ha tenido que juntar al 'trap' en la voz de Rosalía para recuperar el éxito de público y crítica. Si no, 'Malamente'.
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