Directo Sigue el minuto a minuto del superdomingo fallero

La escena era de lo más normal. El presidente de la Generalitat, Ximo Puig; la consellera de Agricultura, Mireia Mollà, y el secretario autonómico Roger ... Llanes, visitaban la feria Fruitlogistica de Berlín. Al pasar por el stand de una empresa valenciana, que fabrica máquinas exprimidoras, les ofrecen, como es habitual en estos casos, una degustacion de lo que hacen con sus aparatos: zumo de naranja.

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Mientras el empleado de dicha empresa procede a activar la máquina exprimidora y repartir los vasos entre la comitiva de altos cargos, comenta que no sabe con exactidud de dónde serán las naranjas que exprime, que igual no son valencianas, a lo que la consellera responde: «Eso no lo digas, dí que sí que lo son y au, nadie lo va a comprobar».

Cualquiera que estuviera viendo y escuchando en directo la escena no le daría mayor importancia, más allá de unas frases cruzadas en un ambiente de cortesía y desenfado. Pero alguien que estaba allí lo grabó y lo difundió enseguida. Las redes sociales se hicieron eco de inmediato en un reguero infinito. Se extendió entre agricultores valencianos una indignación por las palabras de la consellera, hasta culparla de desprecio o desconsideración hacia la naranja valenciana, a la que está obligada a defender.

Lección a tener en cuenta para siempre: los teléfonos móviles los carga el diablo. De modo que hay que llevar mucho cuidado con lo que se hace y se dice, máxime cuando alguien es foco de atención. Una consellera lo es; más aún en una feria del sector y en un momento en que la naranja sufre sus horas más bajas. Ahora bien, ¿es que alguien pretende que una consellera ha de asegurarse de antemano de que las naranjas del zumo que bebe sean valencianas? Por lo mismo, ¿un alcalde deberá comprobar que, si come ensalada, la lechuga sea de su pueblo? Es verdad que la consellera podría haber orientado su pequeña broma de otro modo, por ejemplo diciendo algo así: «Vale, pero otra vez procure que sus naranjas sean valencianas...», pero tampoco es para elevar tal anécdota a la máxima categoría de drama. Otras cosas cabría achacarle a la señora Mollá; por ejemplo, su pasividad ante la crisis del sector; que no esté movilizando ya todo lo que haga falta para analizar lo que ocurre y empujar a todo el mundo en busca de salidas.

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Es sorprendente la facilidad para irse por las ramas más finas, perdiendo la atención sobre el tronco principal. Eludimos indagar sobre las razones de lo mal que está la citricultura y, en cambio, estamos prestos a disparar a la mínima acción que nos suene contraria a las sensibilidades mitificadas. Y encima, como la consellera ha pedido disculpas, caso cerrado. Pero 'de forment, ni un gra'.

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