Urgente Cinco heridos, dos graves, al caer entre el público el trueno de aviso de la cremà de la falla Zapadores

Esta es la típica historia que empieza diciendo aquello de '¿sabes lo que le ha pasado a un amigo?'. Pues así arranca esta columna. Un conocido tiene un hijo de 13 años que ya anda colgado del móvil. Nada grave pero nada distinto de lo que le ocurre a miles de familias con chavales en esa delicada edad. Ya empiezan los grupos de whatsapp, porque si no cómo va a estar conectado al equipo del colegio, cuyo entrenador (que hace bien poco era aún adolescente) ha decidido crear un grupo en el que informar de las convocatorias, descartes, consejos... Así que los mensajes ya van y vienen en el móvil del adolescente. Ultraconectado con compañeros de clase y amigos. A pesar de que el propio whatasapp establece los 16 años como edad mínima a partir de la cual abrirse una cuenta. Pero la vida siempre va más rápida. Y llega entonces el dilema del progenitor. ¿Dejar libertad total al chaval, informando de los riesgos y de las precauciones a adoptar con redes e internet? ¿Instalar alguna app de las que controla el uso que el menor hace del móvil? ¿Obligarle a tener un PIN conocido por el cabeza de familia para monitorizar de vez en cuando dónde entra el niño? El padre de esta historia optó por una app espía. Habló con un conocido de una empresa de ciberseguridad, que le recomendó cuál instalar. Pagó la cuota mensual y aprovechó la noche, cuando su hijo dormía, para colocarla en el móvil del mozo. Poco duró la alegría en casa del pobre. Llegó la mañana siguiente y el chaval comprobó, simplemente entrando en la pestaña de 'últimas apps descargadas', la existencia del aparatejo espía. Y fue aniquilado. «Me tienes controlado», fue el aguijón del adolescente cuando se topó con el cariacontecido padre. Y entonces el progenitor optó por el 'plan B'. «Vale, pues quiero que me des el PIN de tu móvil, por ver yo de vez en cuando lo que mandas, ves... Eres menor y yo soy responsable de ti. Si cambias el código, fuera el móvil». El chaval aceptó. Y unos días después llegó la sorpresa. Y la lección.

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Mi amigo cogió un día el móvil del crío y empezó a fisgonear. Comprobó que en el whatsapp de un amigo había varios dibujos de demonios, fotos y viñetas varias con el diablo como protagonista. «Nada, eso es una broma que se llama el demonio de whatsapp, como para dar susto», fue la respuesta del chaval ante la duda del progenitor. El padre confió. Una siguiente mirada con el crío al lado descubrió otra cosa extraña: varios textos en árabe mandados al teléfono del compañero.

-Padre: ¿Y esto?

-Hijo: Nada, es una broma.

-P: ¿Pero qué pone?

-H: No lo sé, pero es broma.

-P: ¿Y si no sabes lo que pone para que lo mandas?

-H: No sé...

-P: Vamos a mirarlo en el traductor, a ver qué sale...

Y entonces llegó el soponcio. Tras pegar en el traductor de Google el texto en árabe enviado por el chaval a su amigo, el resultado dejó a los dos blancos. «Muere, muere, muere», fue la frase que apareció como significado de la 'broma' ente amigos. Los lagrimones del adolescente al comprobar lo que había enviado obraron toda la moraleja sobre los peligros del móvil y las redes. «Imagínate que le pasa algo a tu amigo y le ven este mensaje tuyo en el teléfono... Tú tienes lío y yo también», fue la apostilla del progenitor. Luego el padre confió en el chaval: «Puedes cambiar el PIN, confío en ti, pero confía en mí si dudas de algo». El crío ya no cambió el PIN. Como siempre, la vida es la que te acaba dando las mejores lecciones.

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