Yo soy mujer

Cruzo mi mirada con la de Laura, aunque ella no puede verme; un asesino veló sus ojos para siempre. La cruzo también con la de la chica drogada, humillada y violada en Callosa, y con las de todas esas víctimas por el momento sin rostro presuntamente atacadas y vejadas por la misma manada de salvajes. Será un juez quien ponga perfil a sus rictus de dolor. Las veo y trato de imaginar lo que sentirán, una a una, al constatar que nuestros políticos ni siquiera son capaces de expulsar del ring electoral materia tan sensible. Violencia machista y agresiones sexuales son el neoterrorismo del mundo civilizado, un enemigo al que todos deberíamos plantar cara desde la unidad. Sin embargo, aquí están unos y otros tirando de una cuerda ya demasiado deshilachada. Cada siete días muere una mujer en España a manos de su pareja o expareja, cada cinco horas se denuncia una violación. Con semejante fracaso social sobre la mesa hay que sacar el balón del fango y decir que aquí no se juega. No se entiende que alguien en su sano juicio rechace una ley como la de la violencia de género, por más matizaciones razonables que incorpore en pro de la igualdad jurídica. No tiene futuro político y moral la tibieza con que el PP se ha distanciado de la propuesta cortoplacista del socio imposible. No engaña a nadie el ímpetu con que nuestra progresía explotó la veta en lugar de buscar puntos de encuentro. Nos equivocaremos si interpretamos el drama como una guerra de sexos, por supuesto. Claro que a un lado de la trinchera no hay hombres, sino criminales, y en el otro únicamente víctimas. Pero en esta tragedia los papeles rara vez vienen cambiados. Por eso aquí y ahora yo soy mujer, como mi madre, como mi pareja, como mi hija. Y cuando la sangre sea masculina los cuatro seremos hombres, aunque eso en muy contadas ocasiones ocurrirá.