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Las murallas de Ávila

ARSÉNICO POR DIVERSIÓN ·

María José Pou

Valencia

Lunes, 22 de junio 2020, 07:50

Para algunos, hasta Gilgamesh era facha. Poco importa que fuera un rey mítico sumerio y que, de ser cierta su existencia, pasara por nuestro mundo hace unos 5000 años. Que por entonces al fascismo nadie le llamara fascismo no implica que este tipo no merezca que tumben sus estatuas, en el caso de que haya alguna en los desiertos de Irak.

Algunos parecen los inquisidores y sus compinches, que descubrían impostores entre quienes no ponían cerdo en el caldo. Así cuentan que nació, por ejemplo, la «olla de cerdo» murciana«. Las resistencias ante el animal impuro señalaban al judío converso que seguía practicando sus ritos en secreto. Esa actitud husmeadora parecen haberla desarrollado quienes se envuelven en jaurías vengadoras contra cualquier sospecha de comportamientos inaceptables. Es decir, contra casi todo el pasado.

El último dedo acusador venía estos días de un responsable político que, para reivindicar la libertad actual frente a la opresión pretérita, se quejaba de los sellos y sus motivos en tiempos del franquismo. Para eso hacía una mención de realidades utilizadas por los franquistas para representar la grandeza de España en las pequeñas estampaciones de correos: la fauna salvaje, Pemán, don Pelayo y las murallas de Ávila. Comenzaba la polémica. Entre los abulenses, entre los animalistas y entre los reconquistadores. Del pobre Pemán no se acuerda nadie, si acaso algunos nostálgicos gaditanos.

Tampoco algunos parecen acordarse de los sellos emitidos con el Alcázar de Segovia, la Alhambra o El Quijote, que pusiera en circulación la propia República. La elección de esos motivos se debía al intento por mostrar algunos emblemas indiscutibles de la cultura española. Nadie, sin embargo, renegaría de la Alhambra ni le atribuiría su condición de «roja» a otra cosa que no fuera el color que reflejan sus muros cuando se pone el sol en Granada. Ambas, Ávila y Granada, son dos joyas de nuestro patrimonio. El de todos. El de rojos y azules. Que algunos patrimonialicen la cultura es habitual, incómodo e innecesario. No es potestad de una opción política ni de un tipo de totalitarismo.

El comentario era tan impropio y facilón que no merecía el enfado de los abulenses aunque ayudara a rectificar. Quienes lo escribieron pasarán, pero las murallas seguirán en pie para evidenciar una parte de la Historia que no pueden reescribir, aunque se empeñen. Ávila no es Franco. Es recuerdo de un tiempo en el que las ciudades debían protegerse de sus enemigos. En eso la naturaleza humana, por lo que vemos, se empeña en no avanzar.

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