Un sargento que yo tuve explicaba las cosas con sencillez clásica: «Si se sabe latín -decía a la tropa- lo tiene uno muy claro: pase ... pernocta quiere decir dormir-fuera-del-cuartel». Pues bien: algo así habrá que hacer para entender la fórmula que los jurisconsultos han encontrado para resolver el grave problema de Feria Valencia. Se llama «Mutación demanial subjetiva gratuita». Y podríamos traducirla diciendo que el Ayuntamiento ha regalado Feria Valencia a la Generalidad.
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Han hecho falta años de dudas y negociaciones. Ha habido chispazos entre Ayuntamiento y Generalidad y, dentro del Consell mismo, entre socialistas y nacionalistas. Y al final se ha llegado a un compromiso, bautizado tan extrañamente, según el cual Feria Valencia, fundada en 1917 por Unión Gremial, se traslada o traspasa desde el ámbito municipal al autonómico. No se vende, porque no se le ha puesto precio; pero se trasfiere. La clave está en que la Generalidad, como «comprador», va a asumir la deuda de 446 millones de euros que tenía la centenaria institución a causa de la crisis económica y de algunos excesivos sueños de lechera del cuento.
¿Ha peleado el Ayuntamiento lo recomendable dentro de esta larga batalla demanial? Pues habría que conocer las entretelas para opinar. Todo indica que en la Casa Gran se han quedado como el matrimonio que consigue casar al último de los seis zánganos treintañeros: libres de un peso pesado. Pero también es verdad que el Ayuntamiento, con esta operación, pierde una pieza clave dentro de las instituciones que le han caracterizado en el último siglo de historia. Fue el alcalde Samper, en 1921, el que se lio la manta a la cabeza y regaló a la Feria los terrenos con los que la institución forjó su historia junto a los Viveros. Y fue él, también, el que pidió a cambio que el presidente nato de la Feria fuera la primera autoridad municipal. Si el alcalde Rincón, después, dio el salto a Benimàmet, es indudable que la Feria era sustancial en la caja de herramientas de la ciudad... y acabamos de perder el poder sobre ella.
Curiosamente, esta misma semana hemos podido asistir a otro episodio de altos vuelos en este campo de las «mutaciones» en el control de los recursos. Me refiero al «Stop» que el puerto ha tenido que dar a su propio convenio con la firma Boluda a cambio de los años restantes de concesión del suelo de Unión Naval de Levante, un astillero inactivo desde 2012, casi desde que terminó el último encargo de Noé. ¿Qué precio poner a las cosas? ¿Cuándo un justiprecio se convierte en regalo? Si no se hacen barcos ya ¿procede esa «mutación» de unas oficinas en una torre de trece plantas?
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