Hoy Narciso se ahogaría en su móvil
UNA PICA EN FLANDES ·
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UNA PICA EN FLANDES ·
Ha vuelto a suceder, esta vez en Argentina. Juan, un vecino de El Escorial de vacaciones en Mar del Plata, se precipitó por un acantilado de más de 25 metros de altura caminando hacia atrás para retratarse. Se mató, claro. Descanse en paz. Una amiga suya tuvo que facilitar su pasaporte a la policía para poder identificarlo. Y no pasa más veces porque los ángeles de la guarda están atentos. Atropellos, tropezones, choques, ocurren a diario como consecuencia de lo alelados que nos tienen el teléfono móvil y la ansiedad por fotografiarnos con cada prenda que estrenamos y ante cada plato que nos sirven. Nos hacemos tantas fotos que es imposible verlas en el corto espacio de tiempo que ocupa la vida de una persona. Los seres humanos de esta generación dejaremos un rastro fotográfico tan contaminante desde el punto de vista histórico como el de basura lo será desde el medioambiental. Tal que una plaga de saltamontes en que todos sus componentes sonrieran para destacar en el conjunto, hoy se nace para posar, este mundo no es apto para aquellos a los que no les gusta salir en la foto.
Y lo peor es que nuestras cámaras ya no disparan para fijar un recuerdo, sino para confirmar un presente, igual que quien se palpa para asegurarse de que no se ha orinado la pernera o quien se examina en el espejo del ascensor y se quita con la lengua un manchón de pasta de dientes de la comisura de los labios. Nos hacemos selfis para decirnos yo estuve aquí, lo que habría tenido sentido si nadie más hubiera estado ahí, pero resulta ridículo si piensas que en lugares como la torre Eiffel o frente a una paella, por ejemplo, son miles los que al mismo tiempo se sacan la misma instantánea. No es vanidad, ni darse pisto de clase media, no es sólo narcisismo, no..., más dramático aún, se trata de soledad, sobre todo de soledad. La inmensa mayoría de nosotros jamás enseñamos una foto a nadie, nos limitamos a contemplarlas en nuestro propio teléfono, desparramados ante un televisor encendido en el que no encontramos una serie a la que engancharnos, y rara vez se trata de fotos de más de un par de semanas de antigüedad.
Nuestras vidas son la de Juan de El Escorial que, sonriendo a un objetivo, camina de espaldas, pasito a pasito, hacia el precipicio que es el morir. Los móviles nos hipnotizan como a las polillas las farolas, nos engañan, nos hacen creer que la relevancia del existir consiste sólo en ser vistos; y puede que sea así, pero por los ojos de la pasión, no por un 'smartphone'. El ser amado marcha de frente hacia otro cuerpo, no hacia su reflejo.
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