Natación

Con los que han logrado baile de millones en su cuenta corriente, en vez de basurearles, suelo cavilar sobre los motivos de su éxito. Han creado algo que yo no he descubierto, y esto me fascina porque me atrapa una enorme curiosidad. Gentes que a base de vender tornillos o peluches levanta recios patrimonios, me dejan perplejo. Yo sería incapaz, por eso supongo que mi hipoteca finaliza hasta que cumpla ochenta años. Ione Belarra, por ejemplo, masculló hace poco algo así como que vigilará mucho a los que «nadan en billetes». En cambio uno, en su ramplonería, en vez de censurar a las personas de natación alternativa, sólo desea aprender de ellas para disfrutar de una piscina pletórica de monedas de oro como la del tío Gilito. Lo de «nadan en billetes» resulta estampa poderosa para recolectar el aplauso de los resentidos de secano.

Algo así como llenar una bañera de cava para bañarte con el ser querido o encender cigarros con billetes de 500 pavos. Tópicos destinados a contentar a su público con las elecciones ahí cerca. Lo que a uno le chiflaría sería comprobar que la Belarra o cualquiera de los suyos montan una pequeña industria que funciona, que genera varios puestos de trabajo y que les enriquece una barbaridad para que así paguen recios impuestos de los que repercuten en el bienestar de la sociedad. En vez de eso, ellos cobran de nuestros impuestos y, lo que es peor, ofrecen lecciones de odio.