La desolación que emerge en el día después de un incendio que arrasa miles de hectáreas, como el de Bejís -el peor en la Comunitat Valenciana en la última década- o el de la Vall d'Ebo es difícil de describir con palabras. La tierra ... quemada se ve y se huele por todas partes. Se asoman los rescoldos entre las cenizas. Muchas son negras pero otras tantas son blancas. Ese es el color que indica, dicen los que saben sobre este asunto, que se ha alcanzado el grado máximo de combustión, el grado más agresivo, por encima de los 500ºC. Cuando aparece una capa de polvo blanquecino cubriendo el suelo se manifiesta la peor huella de un fuego. La que muestra que todo lo anterior quedó reducido a su mínima expresión. Y la que avisa de que la erosión sobre la vegetación ha sido funesta. Pero si se recorre detenidamente la superficie calcinada se pueden identificar, excepcionalmente, otras huellas sobre la acción de las llamas. Como, por ejemplo, las que ha habido en algunos campos de olivos del Alto Palancia o del genuino 'Perelló' de la Marina Alta que se han salvado de la quema porque se había arado el terreno recientemente. A pesar de ello, los agricultores han sufrido las consecuencias. Algunos como Roberto o Juan Vicente pueden rescatar parte de la cosecha pero no toda porque «si tu campo está limpio pero el que linda con el tuyo está repleto de maleza, la primera fila que establecen el límite entre las dos parcelas se carbonizan». Su caso refleja la importancia de la prevención que no es otra cosa que cuidar el monte. Limpiar, eliminar malas hierbas y abrir cortafuegos con sentido común. Son tres acciones básicas que, por desgracia, no se cumplen desde hace años. Solo se recuerdan, para lamentarse por lo que no se hizo, cuando ya es tarde. Cuando no hay nada que hacer porque todo está ardiendo sin control. Porque a los vientos cambiantes, las altas temperaturas y las orografías escarpadas, los bomberos deben añadir otro problema que multiplica la velocidad de propagación de las llamas. El hecho de que el bosque, en sí mismo, era un polvorín. Pastizales, plantas, hojarasca y ramas caídas. Todo seco. Puro combustible.

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El paisaje lunar de la zona cero será difícil de borrar porque la recuperación medioambiental será lenta. La naturaleza muerta tardará décadas en regenerarse. «Un árbol es algo vivo», explicaba Joan Miró sobre su obra 'Tierra labrada'. «Pongo un ojo o una oreja en los árboles» porque «el árbol ve y oye». Los árboles son mucho más que tronco y hojas. Igual que los vecinos, vivan en ciudades o aldeas, son mucho más que un voto en las elecciones a los que solo se escucha, en el mejor de los casos, cada cuatro años.

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