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Las Navidades eran del circo, y de la feria, y de los villancicos, y de la cabalgata de reyes. Las Navidades eran de los niños. Ahora el circo no exhibe leones, la feria se ha convertido en el último reducto de lo analógico y lo azucarado, los villancicos suenan a Las Vegas, y la cabalgata de reyes..., bueno, pues que esos reyes, cuando no reinas, ya no son los del Belén, sino seres galácticos o cabecillas de oenegé. La mayoría de los niños creen antes en Spider-Man que en Melchor, Gaspar y Baltasar, para ellos la diferencia entre Navidad y carnaval se desdibuja. Hoy las Navidades son de los abuelos que prefieren arriesgarse a coger el covid antes que dejar de reunir a su familia en Nochebuena. Ya sé que lo aconsejable sería lo contrario, pero lo real es que las abuelas dicen: «Este bicho no va a estropear las Navidades que me queden con vosotros».

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Por eso, quien más, quien menos, contra la imprevisión y la flaqueza del Gobierno, se ha hecho una prueba casera de antígenos para descartar que la peste se siente a su mesa. Nadie quiere regresar a las Navidades tristes del curso pasado; si hemos de acostumbrarnos a convivir con esta gripe 2.0 mejor comenzar cuanto antes. Eliminados los comensales en contacto con algún contagiado, los demás, los asintomáticos, nos metemos el palito por la nariz, como si nos mirásemos el nivel de aceite del cerebro. Unos tan levemente que no cazan moco bastante para un resultado fiable, otros con tal profundidad que de milagro no se sacan un ojo y la mayoría albergando la incómoda sensación de que una mosca se les ha colado al respirar. Con lo extraños que son los anuncios de colonia, qué raro que no haya uno en el que alguna actriz corregida por el Photoshop diga tonterías en francés después de sacarse el bastoncillo del hocico.

Antes hacíamos lo imposible para que los niños fueran felices en Navidad, actualmente lo hacemos para que lo sean sus abuelos. Los papás que en el pasado sufrimos colas y atascos inacabables en busca del juguete que nuestros hijos señalaban como imprescindible en su carta a los reyes, este año nos metemos el palito por la trompa para compartir polvorones con nuestros padres. El covid ha matado muchas cosas, pero al espíritu de la Navidad lo salvaron las pruebas de antígenos. Me emociona ver a los nietos clavarse una varilla de más de un palmo en la fosa nasal sólo para poder dar un beso a sus abuelas sin contagiarlas. Las Navidades del palito son las del agradecimiento a los mayores. La cosa habrá cambiado, mas los buenos deseos en Navidad siguen dando positivo.

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