Tan lejos y tan cerca: entre el asomo de realidad del espacio profundo y la irrealidad de Congreso de los Diputados, me quedo con la ... primera. Me causa enorme interés los descubrimientos y las imágenes que la NASA está dando a conocer estos días sobre los confines siderales porque todo lo que supere una altura prudencial es para mi sinónimo de respeto a lo desconocido. Imagino al dueño de SpaceX Elon Musk que, aburrido tras abandonar su amago de compra a la red social Twitter, ya debe estar ingeniando nuevas maneras para teletransportarse y llegar al innombrable nuevo planeta WASP-96b. Me pregunto quién asumirá la autoría de tan imposible nombre ¿A quién se le ha podido ocurrir bautizarlo así tras la exitosa experiencia de sus homólogos en el sistema solar? Le atribuyo parte de esa responsabilidad a Joe Biden que en todo este tinglado se ha erigido como protagonista absoluto monopolizado el éxito de estos avances y situándose como el todopoderoso líder de uno de los bandos de una nueva batalla espacial y tecnológica.

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Con todo, lamento la distancia que me genera todo lo que ha sucedido en el Congreso de los Diputados. Tengo la certeza de que hoy, cualquiera de nosotros -humildes españolitos de a pie que conformamos uno a uno la suma de este gran país- sabemos mucho más del estado de salud patrio, que el propio presidente del gobierno. Que está, como que no está, como si levitara orbitando en alguna de las nuevas galaxias del universo profundo detectadas por el telescopio de la NASA James Webb. Porque como dice Rubén Amón, lo que nos llega hoy del presidente son los restos estelares y lumínicos de la estrella rutilante que un día fue -o nos esperanzó con ser- Pedro Sánchez. Que en verdad esa estrella ya no brilla porque se apagó, aunque todavía él no lo sepa. Y es que muchas permanecen así, apagadas y en la más profunda oscuridad del universo. Como le pasa al Pedro Sánchez de hoy que parece habitar en uno de esos descubrimientos: la nebulosa más brillante conocida hasta la fecha y que han bautizado con el nombre de Carina, situada a 7.600 años luz de la tierra -agárrense que da cierto vértigo- y que en su interior nacen y muren estrellas como si de una placenta espacial se tratara.

Me confieso inmune a sus Pedro-anuncios por mucho que sea sacarle los cuartos a los malos de los bancos. A sus estrategias de promoción previa y de alerta informativa máxima para concitar toda la atención y elevar las expectativas para que después, deshechas como azucarillos, queden en nada. Lo sé, la desconfianza puede ser una extraordinaria virtud cuando consigues gestionarla por dosis. Vamos, llevarla bien. Frenar su tendencia expansionista a ocuparlo todo y dominarla para que no invada todos los espacios de la vida. Es como la pizca de sal que enriquece y mejora el sabor de cualquier plato pero que, si te pasas en su dosificación, acaba con cualquier sabor.

Lamento la distancia que me genera todo lo que ha sucedido en el Congreso

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