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EL NEGUS DE ETIOPÍA EN VALENCIA

F. P. PUCHE

Sábado, 27 de octubre 2018, 10:49

LA VALENCIA QUE YO HE VIVIDO

Seco y enjuto como un quijote, tenía la piel curtida en tonalidades de bronce. Nunca las canas se han combinado con mejor resultado en la cabeza de un anciano: el mechón central de su pelo daba a aquel rostro un aire noble y legendario. Enfundado en un impecable traje inglés, Haile Selassie I, el Negus de Etiopía, caminaba con porte imperial y parecía la estatua de sí mismo que se acabara de bajar del pedestal de un parque.

Era el 28 de abril de 1971 y los periodistas esperábamos inquietos la llegada del avión que le conducía a Valencia. El periodismo era como la caja de bombones de Forrest Gump: un día te tocaban los baches de Torrefiel y otro el paso por Valencia de un emperador de 78 años que, por sí solo o por consejo de nuestro dictador doméstico, había mostrado especial interés en conocer las obras de la Solución Sur.

Trompetas, tambores, himnos y honores militares. La base aérea de Manises, con todos los cazas Mirage' en exhibición, mostraba un aspecto deslumbrante. El Negus, último descendiente de la dinastía salomónica de emperadores etíopes, pasó revista a las tropas y se dispuso a visitar 'La Cassola', el punto en que el Turia engarza con la obra nueva del Plan Sur, donde se había preparado una exposición didáctica. El agua fue el hilo conductor de las horas valencianas de un viaje oficial que incluía cenas y agasajos de otro viejo dictador, el general Franco. Acompañado por Gonzalo Fernández de la Mora, ministro de Obras Públicas, el ilustre visitante circuló por la V-30 y conoció los puentes y accesos de la gigantesca obra hidráulica hasta detenerse en el último paso, el de la autovía del Saler, a la vista del mar.

Todo estaba nuevo y reluciente, recién terminado, listo para una ciudad que abordaba una fase de crecimiento espectacular. Contra su leyenda de impasible, el Negus emitió gestos de ostensible aprobación al ministro que revoloteaba a su alrededor. Las moralejas del desarrollo brotaban a cada instante: el hombre domina los ríos, la ingeniería triunfa sobre las catástrofes, etcétera.

Los periodistas pensábamos, sin duda, en las noticias de la hambruna etíope: la más reciente era una más en la cadena eterna de un pueblo orgulloso en su miseria. Los periodistas recordaron que aquel hombre, emperador desde 1930, era el que se había exiliado a Inglaterra en 1936 cuando las tropas de Mussolini invadieron su país; el mismo que los ingleses habían repuesto en el trono en 1941, para gobernar a su pueblo con mano de hierro, treinta años más...

Unos minutos después, el emperador llegó a la Puerta de los Hierros de la Catedral, donde le esperaba el arzobispo revestido de pontifical. El Santo Cáliz, la legendaria Copa del Redentor cristiano, le esperaba para unos minutos de admiración. Luis Lluch Garín, el titular de la Cofradía de la reliquia, le impuso la insignia y le obsequió con la historia del viaje del Vaso hasta Valencia.

Aquel día era miércoles, pero el Tribunal de las Aguas se reunió ante la Puerta de los Apóstoles de manera excepcional. Aquí fue Vicente Giner Boira quien explicó las virtudes del ahorro y la justicia en la administración de las aguas. Haile Selassie vistió la blusa de huertano.

Un almuerzo en el Palau de la Generalitat y la firma en el Libro de Oro de la Ciudad cerraron el breve pero intenso viaje a Valencia.

En cuanto al Negus, su trayectoria final fue tremenda, como la de otros muchos dictadores: depuesto en 1974, murió asfixiado con almohadas el 27 de agosto de 1975,no mucho antes de que el dictador español muriera en el Hospital La Paz. Al etíope le enterraron bajo el piso de un baño del Palacio Imperial. Con todo, la historia cambia, y en 1992 su cadáver fue exhumado para exponerlo en una lujosa tumba ubicada en la Catedral de la Santísima Trinidad de Adis Abbeba.

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