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La letra con sangre entra», decía uno de mis profesores en aquellos años en los que era impensable pasar de curso con una pareja de suspensos, no como ahora. Hoy corren otros tiempos que no son ni mejores ni peores, son diferentes. Le doy una y mil vueltas a la polémica sobre la celebración de esta Navidad y me asusta verme reflejado en las retrógradas estrategias docentes de hace décadas. A lo largo de muchas generaciones, incluyendo los cambios sobre las leyes de educación, nos han educado como a los burros con la zanahoria y la vara verde. Siempre a la espera de reaccionar a base de palos o castigos y nunca por corresponsabilidad.
La vacuna esta a punto de ser distribuida y al mismo tiempo, en España aumentan los casos por coronavirus provocados, sin duda, por las masificaciones de gente del puente de diciembre. Sabemos que la Navidad va a ser un caos si entre todos no nos responsabilizamos en nuestras decisiones. Países como Alemania, Francia o Países Bajos vuelven a un confinamiento duro para frenar el número de casos con el cierre de comercios no esenciales, colegios, ocio, cultura, gastronomía y con la apertura únicamente de farmacias, supermercados y entidades bancarias. ¿Es necesario ser tan drástico, o no?
El azar juega a favor del coronavirus porque nunca tenemos realmente la información de la responsabilidad con la que actúan frente al Covid las personas con las que nos tomamos un café o compartimos mesa y mantel, aunque sean nuestros familiares o allegados. Hay infinidad de casos y seguro que tiene alguno que le ha tocado de cerca. El virus no entiende de horarios, ni de fechas navideñas ni de consanguinidad. A mayor número de personas alrededor de una mesa, sumado a todo lo que no sea su núcleo familiar básico lo pinten como lo pinten, aumenta el riesgo. Ningún responsable de gobierno tiene el arrojo suficiente para decretar que en estas Navidades «cada uno en su casa y Dios en la de todos». Hablamos de personas que mueren y si el objetivo es no aumentar la triste lista, este sería el camino más efectivo. Sería duro, pensará alguno. Duro es llevar nueve meses sin trabajar desde que empezó la pandemia o tener que ir a la cola de Cáritas para recoger alimentos porque no te llega ni para comer en casa.
Pensemos en todas estas personas que no tienen nada a causa de la pandemia y seamos responsables con las celebraciones familiares. Ser cautelosos o aplazarlas para otras fechas son acciones que salvan vidas y que no alteran el espíritu y el verdadero significado de la Navidad.
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