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Dicen de la cara que es el espejo del alma, pero no necesito tanto para adivinarle el miedo. Me basta con asomarme al balcón de sus ojos negros, transparentes tras la ventanilla de un coche enfilado hacia la frontera polaca, despojada de la niñez que ... no la acompañará al exilio. La mirada de esa chiquilla ucraniana, profunda como la fractura de Europa, primero fue foto y luego portada antes de arrumbarse ya para siempre en los recovecos de la conciencia. Ojalá supiera su nombre y habláramos el mismo idioma. Lo que daría por preguntarle qué piensa de la paz y de quienes con sus tres letras se llenan la boca de buenas intenciones, que suelen ser las peores. Paz. La vemos volar a lomos de una paloma, bambolear con el viento envuelta en la bandera blanca, fundirse en el humo de la pipa sobre el hacha enterrada. Tolstói la hizo letra, Holtom dibujo, y cientos de trovadores le han puesto voz. Representa nuestra mayor conquista, la civilización en sí misma, pero no son pocas las atrocidades cargadas en su cuenta, partícipe tanto de la vida como de la muerte. Putin pronunció el divino monosílabo para justificar la masacre ucraniana. Quería establecer la paz; a sangre y fuego, olvidó añadir. Bajo el mismo manto se ampara Podemos para negar armas al ejército invadido. No se puede hacer la guerra en nombre de la paz, defiende tramposo, dejando que las palabras le hagan el juego. Guerra. Como si asistiéramos a un conflicto bilateral, en lugar de una ocupación y una matanza; valiente embustero quien acuñó aquello de que dos no riñen si uno no quiere. La actitud de Podemos -ayer matizada en virtuoso equilibrismo- ante los tanques de la Madre Rusia, como el que aplastó el coche de un anciano en Kiev frente a la ventana universal de las redes sociales, era previsible. Hay dos varas de medir y no quiero imaginar lo que esas mismas voces dirían si fuera Estados Unidos quien apuntara a Bahía de Cochinos. Lo grave es que un presidente del Gobierno ceda al chantaje y se desmarque de las políticas de países tan sociales y tan demócratas como el suyo. Que se venda como cuando aceptó arrojar al zulo de la desmemoria histórica un pasado común de terror y muerte, otro sacrificio aquel por la paz, a cambio de cinco míseros votos erigidos en hambre para mañana. Judas al menos tasó su traición en treinta monedas de plata. Armar a Ucrania no es aplicar la ley del talión, sino proteger el derecho a la legítima defensa de un pueblo agredido y poner diques a la amenaza que para todos supone el avance de un loco. Si también aquí Sánchez está dispuesto a pagar tan alto precio, que al menos esta vez no lo haga en nombre de la paz. Aunque sólo sea por la mirada errante de mi niña ucraniana.
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