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Todo y todos tenemos un precio. Aunque a algunos les guste presumir de lo contrario. Y si no que se lo pregunten a los seguidores del Barça, que a partir de ahora acudirán a celebrar los goles al Spotify Camp Nou. Pueden hacerlo en modo ... aleatorio, eso sí. Ha llegado la empresa sueca y, a golpe de talonario, ha impuesto su propia banda sonora a los culés. Da igual la historia que tuviese el estadio, que si existen ceros suficientes de por medio somos capaces de olvidar lo que sea. Hasta nuestro nombre.

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Lo llaman 'naming rights' y busca renombrar cualquier cosa con la denominación de una marca, una de las estrategias comerciales más agresivas, porque consiste, nada menos, que en despojar a algo de su identidad y usarlo con fines promocionales. Bien sea un edificio o un evento, que de la noche a la mañana pasar a llamarse de otro modo.

No es nuevo. Todo está inventado. O casi. En el ámbito deportivo la técnica está muy extendida desde que el dueño de un equipo de béisbol americano decidiese construir un estadio y nombrarlo con la marca de la inmobiliaria que poseía su familia. Aquí un pionero en esto -y en otras cosas, casi ninguna buena- fue Ruiz Mateos.

No estamos lejos de ver algo así: Rosalía Coca-Cola, Penélope McDonalds Cruz o Úrsula Disney Corberó

No hay que irse muy lejos para encontrar casos similares en otros clubs, como el Wanda Metropolitano, el Reale Arena o el Abanca Riazor. La propia liga de fútbol cuenta con una coletilla que le ha colgado un banco.

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Hay ejemplos de pasarelas de moda, eventos deportivos o festivales de cine. Y hasta de estaciones de metro, lo cual abrió el peligroso precedente de renombrar espacios públicos.

Si la cosa se tuerce con las sucesivas crisis económicas que se nos avecinan no descartemos que la Moncloa llegue a algún acuerdo para renombrarse como una empresa energética a cambio de que bajen sus precios (el Gobierno lo vendería como una medida para contener el gasto) o que al Palacio de la Zarzuela la patrocinen Deloitte o PwC, u otra firma afincada en Emiratos Árabes, para facilitar el regreso del rey emérito.

No hay nada que se le resista al branding, que aprovecha cualquier oportunidad para hacer negocio. Seguro que habrá algún departamento de marketing ideando cómo rentabilizar el terremoto vivido en el PP y no sería mala opción que una aseguradora pusiese su nombre al edificio de Génova, que ha demostrado ser capaz de sobrevivir y mantenerse en pie pese las inclemencias a las que se ha visto expuesto.

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¿Cuánto cuesta nuestra identidad? ¿Seríamos capaces de ceder nuestro nombre a cambio de una cantidad indecente de dinero? Pues claro. Spotify, Amazon o Apple lo saben y te lo pueden demostrar cualquier día. No es descabellado que en un futuro alguien se le ofrezca a una artista famosa. No estamos lejos de algo así: Rosalía Coca-Cola, Penélope McDonalds Cruz o Úrsula Disney Corberó.

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