La vida sin coronavirus tiene otros muchos virus que ya conocíamos pero de los que ya no nos acordábamos. Habían pasado a un segundo plano y ahora han regresado a primer término aprovechando que nos hemos quitado la mascarilla. Ese elemento tan molesto, que todavía ... rescatamos para subir al autobús o al tren, nos había servido de parapeto. También ayudaba, por supuesto, que nos relacionásemos con menos personas. La vida social enferma.
Publicidad
Sea como sea el regreso de un montón de virus confirma también nuestro regreso pleno a la normalidad, a la vida tal y como la conocíamos antes de la pandemia. Gripes, catarros y constipados hacen acto de presencia y quien más y quien menos ha tenido uno en las últimas semanas. O va empalmando uno tras otro, como si hubiese comprado un bono y quisiera agotar todos los vales en menos de dos meses.
Es mi caso. Voy coleccionando malestares, así que cuando por fin dejo de toser empiezo a notarme la nariz congestionada o me sorprende un dolor estomacal. Y como colofón surge la fiebre, a la que nadie había llamado. Y encantada de haber regresado a mi cuerpo se queda varios días subiendo mi temperatura. Para que luego digan que soy frío. Estoy hecho una cataplasma. No hay duda. Pero estar así forma parte de la normalidad.
Es curioso lo rápido que lo habíamos olvidado. Con el cambio de tiempo se asomaban estos virus y convivíamos con ellos sin dramas. Y ahora estamos haciendo un mundo cada vez que notamos síntomas en la garganta o en la nariz. En lo que respecta a mí es verdad que solía enfrentarme a ellos de uno en uno, pero se ve que el ansia por acaparar ha hecho que esta vez los quiera todos a la vez. Pero lo mío seguro que es la excepción.
Publicidad
Olvidar es nuestra mejor arma defensiva. La aplicamos a menudo para seguir avanzando, para adaptarnos a las vicisitudes, a las dificultades. Olvidamos para no sufrir, olvidamos para no lamentar, olvidamos para sobrevivir. Aunque parezca mentira somos capaces de adaptarnos a las situaciones más complicadas.
Otra prueba de ello es el modo en que ha variado nuestra relación con el coronavirus. Mientras que hasta hace nada sentíamos un miedo enorme por sus consecuencias a nuestro alrededor, ahora lo observamos como un virus más de los que se asoma en distintas estaciones del año.
Publicidad
Nos enfrentamos a los tests de antígenos de manera similar a cuando nos colocamos el termómetro, como una prueba más para detectar a qué se debe el malestar. Mientras que antes rogábamos que no surgiesen las dos líneas rosas ahora ni nos inmutamos si el resultado es positivo. Las vacunas han hecho su efecto, han podido con una amenaza que durante dos años había paralizado nuestras vidas. Ahora ese virus ha entrado dentro de la normalidad que olvidamos y recordamos según nos convenga.
Empieza febrero de la mejor forma y suscríbete por menos de 5€
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
Publicidad
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.