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Tenía que salir la Transición y salió. Era inevitable. Cuando se compara el tiempo presente con la etapa anterior, siempre se acaba hablando de aquellos ... que ahora se creen maravillosos años. Aunque no lo fueran tanto. Existe, y así lo verbalizó Joan Lerma, una cierta mitificación del periodo que alumbró la democracia en España, que se inicia tras la muerte de Franco y acaba cuando el PSOE de Felipe González gana las elecciones generales de 1982 por mayoría absoluta. Entonces también se discutía. Y se descalificaba al oponente. Y se cometían múltiples errores. Eso sí, ninguno tan grave, tan patético y tan dramático como el de reformar la ley para castigar con más dureza los delitos sexuales y conseguir que los violadores y los abusadores salgan antes de la cárcel, que es el legado que deja para la posteridad Irene Montero y su protector, Pedro Sánchez.

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Tal vez la diferencia entre aquello y lo de ahora es que entonces el contrincante era eso, un rival, alguien con el que no se estaba de acuerdo pero con el que había que negociar, hablar, intentarlo al menos. Ahora no. Ahora el contrincante es un enemigo irreconciliable, un peligro para la democracia, un cáncer que hay que extirpar. Por lo que no se habla, ni se negocia. No hay más que ver -volviendo a la dichosa ley del «sólo sí es sí»- cómo el PSOE apura las conversaciones con los partidos que respaldan al Gobierno Frankenstein con tal de no tener que contar con el respaldo parlamentario del PP, una especie de apestado al que conviene no acercarse. Una estrategia esta -la del cordón sanitario a los populares- que puso en práctica Rodríguez Zapatero. Con él, siempre lo decimos pero no hay que olvidarlo, empezó todo. Y que la Universidad de León, su tierra natal, lo acabe de investir doctor honoris causa no alterará su herencia, esa terrible forma de entender la política.

Lerma y Fabra, Fabra y Lerma, vinieron a decir que hay otra manera de hacer las cosas, que el diálogo siempre vale la pena y que, al fin y al cabo, la democracia es eso, saber ceder para alcanzar un fin superior. Los dos ex presidentes de la Generalitat, hoy senadores, evidenciaron las diferencias que separan a populares de socialistas, ideológicas y programáticas. En cuestiones de Estado y en asuntos de ámbito doméstico. Pero dejaron claro que hay materias que deberían estar a salvo de la confrontación partidista, como la ley de educación.

A la hora de intentar explicar por qué la política está más crispada, Lerma apuntó la constante celebración de elecciones, que lleva a los partidos a una campaña permanente, con el tono mitinero propio de las citas con las urnas. Por su parte, Fabra citó las redes sociales, vertedero de miserias, rencillas y aliviadero de las pasiones más bajas. Sustitutas, en fin, de las barras de bar en las que los comentarios más agresivos y soeces se diluían entre el humo del tabaco.

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Es imposible no sentir nostalgia de un tiempo pasado que tal vez no fue mejor, pero que ahora, en medio de tanto ruido, nos lo parece. Pero por ese camino no se llega a ningún lado. La realidad es que hay una mayoría de la población que no está por la crispación, por la agresividad y por el guerracivilismo, venga de donde venga. El diálogo entre diferentes no es que siempre sea posible, es que es la única vía que cabe explorar en democracia. Es el mandato del pueblo: gobiernen unos, hablen con los otros. Es la esencia de un sistema en el que los que ganan no aplastan a los que pierden sino que los integran. De eso va la campaña Tendemos puentes que ha puesto en marcha LAS PROVINCIAS. Y a eso se aplicaron ayer Joan Lerma y Alberto Fabra, socialista el primero, popular el segundo, valencianos ambos. Es sólo un inicio pero es un buen inicio.

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