NOSTALGIA DEL MEJOR ATLETISMO
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Entre el bochorno de Doha y el redivivo Bekele, ya sueño con un duelo nocturno entre el etíope y el gran KipchogeSecciones
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Entre el bochorno de Doha y el redivivo Bekele, ya sueño con un duelo nocturno entre el etíope y el gran KipchogeDice Amaia, la cantante, que la nostalgia es su sentimiento favorito. Y que, por eso, a menudo cede a la tentación y se deja atrapar por ella. Yo creo que esto es algo más común de lo que parece. De qué, si no, vive la Navidad. Si no es de reavivar los rescoldos de la infancia o, si ya eres un jodido adulto, crear las brasas para quien aún es un niño.
En eso andamos, añorando ya, incluso recién llegados, las vacaciones. Dormir sin despertador, leer hasta hartarte, permitirte un capítulo más de 'Euphoria', y, venga, va, otro más, correr por lugares nuevos, tomar cantidades ingentes de gazpacho a la una, o a las cuatro... Y, hasta hace nada, ver horas y más horas del Mundial clandestino de atletismo tirado en el sofá mientras le das lametones de San Bernardo a un polo de horchata.
Un Mundial tan absurdo que el domingo lo interrumpes para ver el Maratón de Berlín. Y mi bella mujer, que observa de soslayo que en el iPad vuelve a haber gente corriendo, deja una tostada y lanza una pregunta que cree retórica: «¿Estás viendo el Mundial?». Y entonces te toca explicarle que no, que es atletismo pero no es el Mundial aunque estamos en las dos semanas del Mundial de atletismo.
Sí, lo sé, parece un trabalenguas. Pero así de enrevesado era el presidente de la IAAF, Lamine Diack, tan fecundo como sospechoso, que tuvo la jeta de llevar uno de los grandes acontecimientos deportivos del planeta al desierto. Un Mundial que ahora penan unos deportistas que no solo tienen que llevar su cuerpo al límite sino que tienen que hacerlo ante colosales gradas vacías de las que sale el frío aliento de un gigantesco sistema de aire acondicionado que, de paso, emite inaceptables cantidades de CO2, o en un triste paseo marítimo, Corniche se llama, donde nadie pasea porque hace un calor y una humedad inhumanos.
Hace tanto calor en Doha, una ciudad sin aceras, pues nadie camina, que hubo que irse hasta octubre para evitar lamentos mayores. Y claro, eso hizo que el Mundial se solapara con el infalible Maratón de Berlín. Y como los mejores maratonianos sí ganan mucho dinero y prefieren el oro en lingotes que en medallas, pasaron de Doha para alistarse a los principales maratones comerciales. A excepción de Kipchoge, a quien Ineos le ha creado en el Prater vienés un maratón a medida, tan artificial como Doha, con 41 liebres y mil ingenios más, con la intención de que el mejor maratoniano de la historia baje de las dos horas.
Pero esa mañana tocaba Berlín. Y, viendo que marchaban a ritmo de récord del mundo, esperaba el momento en el que Kenenisa Bekele se descolgara dignamente en la segunda mitad de la carrera. Casi ni pestañeé cuando ocurrió. Y, creyéndome un experto, pensé: «Estaba cantado: está acabado».
Pero lo que estaba es muy equivocado. El etíope de 37 años resurgió y no solo cazó a su compatriota Birhanu Legese sino que se lanzó, desatado, con su fantástica zancada, sobre las zapatillas supersónicas que han barrido el ránking del maratón en un par de años, hacia la puerta de Brandenburgo. Y, de repente, de golpe, la nostalgia nos atrapó a todos los enamorados de este deporte, embobados con el viejo Bekele, el mismo que nos deslumbró la década pasada para apropiarse de los récords mundiales de 5.000 y 10.000, para ganar tres oros olímpicos y cinco mundiales, para convertirse en el rey. Y ese domingo le pusimos gustosos los cuernos a Doha para vibrar con Berlín, para emocionarnos hasta la lágrima con Bekele. Otra vez Bekele.
El etíope se quedó a solo dos segundos del récord de Kipchoge (2:01.39), aunque el keniano intentará lograr un segundo récord, un récord falso, en los próximos días. Cuando, en verdad, ese domingo descubrimos que no hacen falta tantos artificios. Ni en Viena ni en Doha con su insulso graderío de hipódromo sin gente en medio del paseo marítimo. Porque lo que de verdad quiere la gente, lo que merece el aficionado estafado por Diack, es un pulso bajo la luz de la luna, en una húmeda noche tokiota, el 9 de agosto de 2020 entre Kipchoge y Bekele.
Y ese día, durante esa velada, abandonarnos a la nostalgia más turbia. Y sentados en un cómodo sillón, chupeteando un polo de horchata, recordar los grandes duelos de nuestra vida: Coe contra Ovett, Lewis contra Powell, Gebrselassie contra Tergat, Zola Budd contra Mary Decker. Porque así se honra el atletismo.
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