Nostalgia de esos rincones

Se avecinan los días del estruendo y aquellos que no gustamos de los agobios y sonidos excesivos de la multitud nos preparamos para desear que el tiempo pase rápido, al contrario que quienes disfrutan de la fiesta y tratan de alargar cada minuto. En mi ... caso no es que me oponga, ni que sea anti nada. Tampoco hay, a grandes rasgos, nada que criticar porque el hedonismo está tan unido a la naturaleza humana como la respiración. El pan y el circo no son inventos recientes, la necesidad de romper las normas, los horarios e incluso la ley han sido un cauce común de los humanos para aligerar la carga de la vida y del poder para controlar sus conciencias. Nadie puede con la fiesta, nadie se atreve con ella, ninguno quiere pasar a la historia por ser el que puso límites a tal evento o prohibió tal otro. Más bien al contrario, compiten con afán por inventar nuevas formas de entretener a la parroquia, por darles razones para la alegría y la relajación. De modo que ni bien ni mal. A quienes amamos el silencio nos queda buscar otros lugares donde el sol del invierno caliente los ladrillos viejos antes de que las hojas que anuncian la primavera comiencen a brotar. Nos quedan los paseos junto al mar o los senderos de cualquier montaña. A veces siento nostalgia de esos rincones en los que el tiempo se detiene, en los que hubo vida. Pienso en ellos cuando me muevo entre el mar de gentes de la fiesta, mientras trato de abrirme paso con la cámara entre ellos, el trabajo obliga y se hace con placer porque los dramas nunca solucionaron nada y porque al tomar fotografías también adquieres cierta distancia de lo que te rodea. Te sientes invulnerable, protegido de alguna manera. Capaz de dejar que tu mente vuele a otros lugares de hermosas sombras.