Música. Días y días sin salir de casa. Puedo entretenerme con cualquier cosa. Por ejemplo imaginando relatos que nunca escribiré. Pero en unos meses tan difíciles, esta angustiosa primavera habría sido aún más dura de soportar sin el apoyo y el consuelo de la cultura. Digo 'consuelo' y creo que digo bien: la cultura nos salva de muchas torpezas y cegueras. Podemos viajar en el tiempo con ella. Pensemos en la música: la más abstracta de las artes nos transporta intensamente a otros lugares y momentos. Mina, Los Bravos (en 'Érase una vez en... Hollywood' Tarantino le dedica un homenaje al grupo español), Bernard Herrmann, Nino Rota (¡su música para 'Rocco y sus hermanos'!)...
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Lecturas. Tolstoi ('Iván el imbécil'); 'Tristana', de Galdós; una divertida recopilación de gazapos (Eduardo Ruiz de Velasco nos cuenta uno, muy patafísico, publicado nada menos que en el Boletín Oficial del Estado: «Se regula la exportación de un matrimonio que dos o tres veces garrofa, garrofín, goma de garrofín»). Me entero por 'Desnudando a Eva' -documentado libro de Sam Staggs sobre la preparación y rodaje de la película 'Eva al desnudo' (J. L. Mankiewicz, 1950)- que la actriz italiana Eleonora Duse (1858-1924) «destacaba por su habilidad para ruborizarse o empalidecer a voluntad».
Cine y series ¡Ruborizarse y empalidecer a voluntad! Sorprendente habilidad. No le exigiría yo tanto a los actores y actrices jóvenes españoles. Me conformaría con que mejorasen su dicción y se entendiese todo lo que dicen. ¿No hay escuelas en nuestro país que tengan esa asignatura en sus programas de enseñanza? Durante este enclaustramiento casero, al poco de intentarlo dejé de ver varias películas y series españolas por ese motivo. No me enteraba de la mitad de los diálogos.
José Isbert. Los secundarios de antes. Añoro a Julia Caba Alba, Manolo Morán, Guadalupe Muñoz Sampe dro, Amelia de la Torre, Antonio Riquelme... Incluso a José Isbert se le entendía todo, pese a su voz ronca tan extremada.
La tele. En medio de una oferta que me paraliza un poco -en la tele y las plataformas, de tan abundante como es, eliges una película y dejas aparcadas centenares de ellas-, a veces opto, contradictoriamente, por ver lo que ya he visto. Quiero saber si continúo teniendo los mismos gustos que hace años. Y no: hay cambios en mis afinidades electivas. Uno ya no es el que era. No me interesa la relamida 'Muerte en Venecia' (Visconti, 1971), indigesta reflexión sobre el Arte, la Belleza, la Sensualidad y la Decadencia, así, con todo en mayúscula. 'Calabuch' (Berlanga, 1956), que antes me parecía deliciosa, ahora la considero una película asesinada por el doblaje: no hay modo de creerse a Edmund Gwenn, en su papel de sabio norteamericano, hablando un castellano vacilante pero sin acento alguno. Eso sí, Peñíscola luce preciosa.
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Absolutamente. Leer prensa, con ganas de ponerme al día. De vez en cuando atiendo también a lo que nos cuentan los informativos, pese al riesgo de angustiarme un poco más. En esos informativos hay una frase que se repite con frecuencia: «Las calles están absolutamente vacías». Y se ven imágenes con dos vehículos y un par de personas por las aceras. Pienso: «Pues entonces no están absolutamente vacías».
En el teatro. En una función de teatro, con que haya un espectador es suficiente para que no esté vacío. Y menos aún 'absolutamente' vacío. Lo de 'absolutamente' está casi siempre de más.
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