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Inventen, pues, ellos y nosotros nos aprovecharemos de sus invenciones. Pues confío y espero en que estarás convencido, como yo lo estoy, de que la luz eléctrica alumbra aquí tan bien como allí donde se inventó», aseguraba un personaje de Miguel de Unamuno, reflejando su peculiar planteamiento. El pensador español defendía que tan relevantes son las letras como las ciencias y tuvo un duro enfrentamiento con José Ortega y Gasset por este tema.
Mientras el segundo apoyaba que el país volcara sus esfuerzos en el desarrollo tecnológico para europeizar España y alcanzar el progreso de Francia, Reino Unido y otras potencias similares; el rector de Salamanca proponía con vehemencia que se debía hispanizar Europa. La idea era que poco podían decir Faraday, Benz o Graham Bell enfrente de Cervantes, Velázquez o Clarín.
Como buen bilbaíno, Don Miguel no se bajó del burro en este tema, porque siempre aseguró que él no «defendía» sus ideas, sino que «atacaba» por ellas. Quizás sea esa actitud tan singular, fruto de razonamientos tan peculiares como contundentes que según qué frase y según qué momento de su vida se tome sus palabras pueden servir para defender una cosa como la contraria.
Sin ir más lejos, el 14 de abril de 1931 fue Unamuno quien proclamó la II República Española desde el balcón del Ayuntamiento de Salamanca y, acto seguido, pasó a ser uno de sus mayores críticos hasta respaldar el fallido golpe de Estado del 18 de julio de 1936 que terminó por desencadenar la Guerra Civil.
Aun así, el 12 de octubre de ese mismo año, cuando faltaban únicamente un par de meses para su muerte, tuvo una imponente tangana con el fundador de la legión, José Millán-Astray, en el Paraninfo salmantino. No hay grabación de la escena ni trascripción oficial, pero se dice que el militar mutilado se marcó un encendido discurso que acabó con un «¡Viva la muerte! ¡Muera la inteligencia!», haciendo saltar al académico con un discurso en el que le espetó su «venceréis, pero no convenceréis».
La liada fue de órdago y tuvo que salir del recinto escoltado por Carmen Polo, esposa de Francisco Franco, entonces recién designado cabeza de los sublevados. No sé cómo estará la película que se estrena en un par de semanas en la que Karra Elejalde se pone en la piel del escritor y ante las cámaras de Alejandro Amenábar, pero el trailer muestra un Unamuno un tanto cándido, como si se hiciera una película sobre Arturo Pérez Reverte y se le presentara como pánfilo e inocentón.
La actitud crítica acompañó toda la vida a Unamuno y contrasta con la que manifiestan hoy antiguos azotes del «austericidio», impuesto por un PP por la crisis. Si las manifestaciones con tijeras con una señal de prohibido proliferaron entonces, ahora parece que las medidas están justificadas y hay que afrontarla con estoicismo. Pasar de la pancarta al despacho oficial hace cambiar de perspectiva.
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