O Rei

Edson Arantes do Nascimento también llora. Y lo hace al recordar cómo levantó la primera Copa del Mundo de fútbol para Brasil. Era 1958, en Suecia. Otro mundo. Los niños miraban sus manos tras tocar a Pelé en el hotel de concentración. Nunca habían visto a un negro y creían que su piel manchaba. Pelé se ríe con la anécdota. Ese 5-2 a los anfitriones nórdicos en la final puso a un país en el mapa. Y Brasil era un juvenil Pelé. El genio, ahora con 80 años, lo recuerda en la película documental que acaba de estrenar Netflix.

El exfutbolista muestra su sintonía con sus compañeros del Santos, se burla de la silla de ruedas en la que aparece y de lo mal que canta. Entre maravillosos goles con la izquierda y con la derecha, Pelé repasa su vida. Grandes loas y pocas críticas. Las propias son las más personales, en las que reconoce que le costó mucho serle fiel a su primera esposa Rose. Las ajenas, su ambigüedad con la dictadura militar brasileña. Tú no dices nada sobre la falta de libertades sobre el régimen y te dejamos en paz para que sigas con el fútbol.

Pelé se emociona con México'70, su último Mundial y el tercero que se lleva a casa tras el fracaso en Inglaterra. Una cita que el régimen convirtió en clave para sus intereses. En lo deportivo, Brasil encandiló al mundo por su juego. Un fútbol que es sinónimo de nostalgia, de los recuerdos de cuando uno era niño y los futbolistas llevaban bigotones, cadenas al cuello y pantalones excesivamente cortos. Las camisetas tenían cuello, los colores de los equipamientos eran lógicos, los escudos estaban cosidos y no serigrafiados, y en las espaldas de los jugadores solo había números. Sobraba la excesiva violencia que había entonces, pero la estética molaba. Hay cosas que el fútbol moderno no mejora.