En el habitual repaso de la Asociación Valenciana de Agricultores sobre cómo fueron las cosas en el año agrario anterior, el presidente de la entidad, ... Cristóbal Aguado, al enumerar la larga lista de problemas y complicaciones sin fin que aquejan al sector, resumió con una sentencia implacable el estado de ánimo general sobre lo que hay y lo que cabe esperar ante el futuro: «Las reacciones de las Administraciones públicas, hasta el momento, resultan decepcionantes, incluso insultantes».
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Al hundimiento continuo de los precios se suma ahora el galopante e inesperado encarecimiento de los costes de producción en todos los órdenes, lo que pone a los agricultores y ganaderos valencianos, como los de toda España y del resto de Europa, al borde de la quiebra sin remedio, porque la realidad es que no queda margen ni siquiera para seguir endeudándose; ganar algo ya sería un lujo inalcanzable en estos momentos. Electricidad, gasóleo, fertilizantes, agua, piensos, productos fitosanitarios, plásticos, elementos de instalaciones de riego, semillas, plantones, maquinaria... se han puesto por las nubes y no paran de subir. Los incrementos en un solo año son espeluznantes: hasta 270% en energía eléctrica, 73% el gasóleo, 48% de media en abonos (en algunos casos las subidas son mucho mayores, hasta del 200% en casos), 50%-80% en films y tuberías de plástico para invernaderos y riego a goteo, 45% en piensos... Y en ocasiones no hay servicio ni a cualquier precio; fallan piezas y suministros.
Todo ello determina una situación caótica en la que no se habla de otra cosa en el sector más que de pérdidas por todos lados y falta de soluciones. Porque enfrente sólo se encuentran, del lado de las Administraciones y de los cargos públicos que deberían tomar decisiones, buenas palabras y mejores intenciones. Pero hechos, ninguno. Ni siquiera para atajar dos cuestiones básicas: los abusos comerciales que siguen imponiendo las grandes compañías de la distribución y la creciente competencia desleal de importaciones baratas desde países terceros. Porque si no se puede hacer nada ante la subida del gas, al menos tendremos que repartir entre todos el sobreprecio, no sólo a costa de unos pocos. En cambio impera la decepción de chocar con oídos sordos.
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