Urgente La Lotería Nacional de este sábado deja el primer premio en tres municipios afectados por la dana en Valencia

Mónica Oltra y Joan Ribó cabalgan sobre el dragón desatado del clima. Esa es su apuesta para que Compromís conserve la alcaldía de Valencia: la emergencia del cambio climático y su previsible devastación, como palanca ideológica para sostenerse en el poder. Juegan a dragón ganador. Con la baza del miedo de un lado y la esperanza de redención del otro. Estamos de nuevo ante las raíces fundaciones del comunismo, porque Oltra y Ribó fueron (¿son?) comunistas y no pueden evitar entender la política como una misión salvadora, sacerdotal, incluso con sus catastrofismos milenaristas, puesto que el comunismo en la realidad acabó siendo (y es) una idea fundamentalmente religiosa, teocrática, que supera el mero pragmatismo del ejercicio político. El comunismo quiso primero salvar a los proletarios y acabó esclavizándolos. Tras ese fracaso inconcebible para los Ribó del mundo, se ha propuesto directamente salvar el planeta entero y a todos sus seres. Ese ha sido su tramposo reposicionamiento, incluyendo el cambio de etiquetas. Después de luchar sin fortuna contra el capitalismo porque explotaba a los pobres, ahora lucha contra el capitalismo porque explota el ecosistema y a sus diversidades humanas y/o animales. Escondiendo que el comunismo fue implacable contra las minorías y contra los recursos naturales. Olvidando también cómo se reían los Ribó del mundo de los gulags, de Solzhenitsyn, de Boris Pasternak, de Milan Kundera, de cientos, miles y millones de perseguidos. ¿Cómo es esa palabra que tanto le gusta a los Ribó del mundo? Negacionistas. Eso es, negacionistas. Hasta los noventa, los Ribó del mundo fueron públicamente negacionistas de todo aquello (en privado mejor no preguntar) y cómo se reían, sí, del pobre viejo Solzhenitsyn, cómo lo humillaron cuando vino a España y el nauseabundo Juan Benet pidió que este gigante moral fuera deportado de nuevo al gulag, al Auschwitz de los comunistas: «creo firmemente que mientras existan personas como Solzhenitsyn los campos de concentración subsistirán y deben subsistir».

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Ese es el tremendo viaje que han tenido que hacer Joan Ribó en sus setenta años de vida y Oltra, veinte años más joven, hasta auparse sobre el dragón del clima, a modo de la Khaleesi del trono de hierro. Oltra quiere heredar la alcaldía de Ribó y ambos habrán leído, como buena parte de la izquierda internacional, un libro desasosegante, 'El planeta inhóspito', del periodista neoyorquino David Wallace-Wells. Otros también lo hemos leído y, la verdad, pone la piel de gallina. Nuestros hijos y nietos conocerán un mundo que provocará mil millones de refugiados climáticos, subcontinentes en los que no se podrá salir a la calle en verano, una devastación sin precedentes donde el mar se comerá la costa actual, inundaciones desconocidas en el interior, hambrunas, incendios infernales, enfermedades descontroladas, escasez de agua potable... En definitiva, el mundo se hundiría en la noche de los tiempos o peor aún, sufriría un cataclismo ecológico como los que se ven en las series de moda de las plataformas digitales. Una distopía. Las calamidades aventuradas en 'El planeta inhóspito' están basadas en cientos de estudios científicos, rigurosos, pero uno modestamente no puede saber si los efectos anunciados son definitivos o no. La tentación milenarista, el mito del fin del mundo, es recurrente en la historia de la humanidad y cuando éramos adolescentes lo sentíamos igual a cuenta de la escalada atómica. En todo caso, lo sustancial es que las tesis están fundamentadas, los datos son precisos y la hecatombe es una posibilidad no descartable. El problema que lo trastoca todo es que el cambio climático se ha convertido en el terreno perfecto donde los neocomunistas edifican su nueva iglesia. Y entre los ultras negacionistas del clima en un extremo y los comunistas y sus pulsiones excluyentes en el otro va a ser difícil abrir una vía potente y eficaz para afrontar los desafíos ambientales.

Si tanto les importa el futuro del plantea, deberían centrarse en lo que sí depende de ellos, como la EMT o la Albufera

Los enormes retos globales sirven a Compromís como bandera para tapar que ha dejado de gobernar, de gestionar lo pequeño, la ciudad, la comunitat. Sus impulsos nacionalistas de la primera legislatura se han detenido, al ser conscientes de que les provocaba erosión electoral. Tras la siembra de carriles bici, el alcalde se ha vaciado, más aún tras destaparse los intereses de su cuñado en los contratos a dedo de la EMT. Ribó está ya como prejubilado, con el problema añadido de que tiene que destituir al concejal Pere Fuset por sus graves líos judiciales. El independentista Marzà tiene abandonada la consellería de Educación, donde los impagos y las falsas inversiones aumentan; sólo está atento a su guerra para convertirse en nuevo líder de Compromís. A Oltra le sigue funcionando bien la táctica, pero no la estrategia; su capacidad de gestión sigue perdiendo velocidad, la condena a su exmarido es un lastre, el alejamiento de Podemos un error... pero acierta en sus pactos con los históricos frente a los jovenzuelos del Bloc y en su alianza personal con el alcalde. Aunque, al tener que encerrar bajo llave el ideario nacionalista, les faltan otras ideas alternativas, de ahí que se hayan puesto a soplar todos juntos con esto del clima.

Primero contra una ampliación del Puerto que ya está terminada, con el conocimiento y consentimiento de Compromís puesto que hasta el pasado verano jamás expresaron una objeción. Es tan grande el oportunismo que un tipo prudente en exceso como el presidente de la patronal, Salvador Navarro, ha acusado a la vicepresidenta de hacer «demagogia política». Un pellizco del que Oltra ni se ha enterado. Si por ella fuera desmontarían el nuevo dique del Puerto piedra a piedra. Que es lo que vino a decir la vicepresidenta del Consell en la Sexta tras el temporal de enero. Se le entendió perfectamente: «no tiene sentido seguir reconstruyendo infraestructuras que empeoran la emergencia climática», sumándose a las voces que piden la «deconstrucción» del litoral, o sea no reparar los daños y emprender además una política de demolición. Así quedó entendido sin rectificación hasta que se vio más sola que la una y todos se le pusieron en contra, salvo Ribó. El problema de los dirigentes de Compromís es que en su ensoñación tienen en la cabeza un territorio que no es Valencia, que ni siquiera existe. El viernes Oltra tuvo que matizarse, corregirse, explicarse, volver al redil. Si enfrenta la ecología con el turismo los votantes la mandarán a casa y se quedará sin alcaldía. Con las cosas de comer no se juega y una cosa son las actuaciones puntuales de derribos justificables y otra reinventar nuestra colectividad conforme a las obsesiones de la ideología compromisera. Si tanto les importa el futuro del planeta, deberían centrarse en lo que sí depende de ellos. Por ejemplo, la flota de la EMT. Por ejemplo, implicarse en el plan para salvar la Albufera de su postración actual, una movilización que empieza a ser general (aunque falta pasar de las palabras a los hechos) y donde los únicos ausentes son de Compromís, en especial Mireia Mollà, que en el colmo de los colmos es la consellera responsable del parque natural.

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