Era un hombre pequeño. No mediría más de 1,60 y dudo que llegara a los 55 kilos. Pero brillaba entre los demás como una luciérnaga en medio de la oscuridad, tal era su capacidad de liderazgo. Su carisma era tan pegajoso que era imposible alejarse de él. Era un líder. Indiscutiblemente, un líder. Pues tenía todo lo que se supone que tiene que ser un líder. Era generoso, lo hacía todo con una pasión desbordante, contagiosa, y si señalaba en una dirección, nadie dudaba que era hacia allí hacia donde había que ir.
Publicidad
Toni Lastra ya no vive. Ya murió. Podría buscar o preguntar cuánto hace, pues a mí el tiempo se me enreda y se me complica en cuanto pasan dos días, como que va a distintas velocidades y me cuesta controlarlo. Pero una medida estándar tampoco me valdría porque para mí, hayan pasado, dos, cuatro o veinte años, siempre me parecería que hace mucho más, pues le echo mucho en falta.
Yo lo considero mi maestro. Lo primero de lo mucho que aprendí sobre la carrera a pie me lo enseñó él con la devoción y minuciosidad de un profesor de pueblo. Cómo entrenar, cómo correr, la historia que lo mismo pasaba por Boston, Oregon o Finlandia que por los caminos terrosos del Valle del Rift. Él me enseñó que se puede amar a una carrera y a una distancia con el mismo fervor que a una mujer. Y por eso, decía, se empeñaba en hablar del maratón, en masculino, como entonces mandaba la RAE, en femenino, la maratón.
Correcaminos, el club al que guardó la fidelidad de un perro -solo comparable, quizá, a su afición por el Levante-, celebró hace un par de semanas su cuarenta aniversario. Y lo hizo, sospecho, al estilo en que lo hubiera hecho Toni Lastra, improvisando, pues creo que nadie sabía la fecha exacta, un día. Porque es mucho más importante no dejar pasar la oportunidad de festejar un aniversario, de promocionar tu marca, de decir este soy yo y esta es mi historia, que perderse en enredos de si las cuatro décadas se cumplían antes o después. ¿Y qué más da?
Yo soy una persona excepcionalmente sensible con la figura de Toni Lastra. Me pedía siempre editar sus artículos en el periódico, la exquisita Columna de Andrópolis, y me deleitaba con cada frase, con cada golpe de erudición, con su admiración por los que corrían muy rápido, con sus maldades, con sus protestas delicadas para no pasarse haciendo ruido.
Publicidad
Aquellas piezas rebosaban inteligencia, cultura y estilo. Pero, aun siendo excelentes, pura literatura, nunca dejaron de ser una columna sobre la carrera a pie. Alguno, con la mitad de talento, consideró que fue muy pretencioso agrupándolas en varios tomos. No lo creo. Yo aún los tengo al lado del ordenador, como una especie de kit de supervivencia, para escaparme a correr a su lado cuando más lo necesito.
Y mientras trotamos me habla de la Calderona. Pero no de la sierra sino de aquella señora que le dio nombre. Y nos enfrentamos a las rampas de Portaceli hasta llegar hasta las fuentes que él y sus feligreses, el Grupo Salvaje, descubrieron corriendo. Y luego, al bajar, me habla de Vallejo y de Ramón Victoria. Y del próximo maratón, claro, en el que está convencido que un fino corredor negro logrará mejorar la marca de la prueba. El viernes estuve con unos veteranos de Correcaminos. Todos, estos y otros, hablan de él con un respeto reverencial. Se nota que sigue siendo su líder. A todos ellos les cuesta entender que son otros tiempos, que este nuevo maratón, más potente, multitudinario, mediático e internacional, sea, como no podría ser de otra forma, más impersonal. Algunos lo van entendiendo. Otros no. Así es la vida.
Publicidad
Lo que ellos no entienden, y yo tampoco, es que no se honre su figura, su legado, con más profusión y elegancia. Porque sin su liderazgo no se hubieran asentado los cimientos del maratón. Sin su generosidad, Correcaminos no hubiera enseñado a otros clubes de toda la Comunitat a organizar otras carreras -muchas de ellas vigentes-. Sin su tozudez no se hubieran logrado pequeñas conquistas para los corredores en la ciudad y muchos de los que hoy llenan el río a todas horas no estarían corriendo.
Por todo esto me permito la osadía de lanzar una inocente pregunta al aire: ¿Tanto costaría tener un detalle a la memoria de la persona más importante en la historia de la carrera a pie en Valencia? ¿Tanto hubiera costado darle su nombre al carril running? En Nueva York seguro que tendría una estatua en su memoria en medio de Central Park.
Suscríbete a Las Provincias: 3 meses por 1€
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
Los ríos Adaja y Cega, en nivel rojo a su paso por Valladolid
El Norte de Castilla
Santander, capital de tejedoras
El Diario Montañés
Publicidad
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.