Todos confiamos en que ómicron esté dando sus últimos coletazos. Que la pandemia que nos atenaza desde hace dos años toque pronto a su fin. ... Ojalá no sea la desesperada ilusión a la que nos aferramos. Las cifras de contagios empiezan a apuntar a una realidad más que a una utopía. Creo que empieza el momento de ir retirándonos a los cuarteles de invierno. Lamernos las heridas. Dejar a un lado las polémicas tantas veces estériles. Volver a brindar sin miedo. A vivir sin temor.
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El Covid nos ha robado (creo que, con prudencia) hay que empezar a conjugar el pretérito) muchas vidas. Salud. Tiempo en común. Abrazos. Besos. Nochebuenas y Navidades. Veranos plenos. Abuelos disfrutando con sus nietos a la puerta de los colegios. Risas y borracheras entre amigos. Amistades. Charlas y chanzas de trabajo. Días y días de pueblo en libertad. Nos ha quitado mucho. Demasiado.
Pero hay otras muchas cosas que ómicron no nos ha arrebatado. Y que nunca podrá hacerlo. O que si nos ha sisado, por lo menos podemos recuperarlas. La mayoría fruto del miedo. Seguro que muchos hemos sentido como esta pandemia ponía a prueba muchas de nuestras amistades. Ha habido discusiones, ataques personales y rencillas entre personas que se han criado juntas. Hermanos de vida. Por las vacunas, por el origen del virus, por las restricciones del confinamiento... ¿Cómo podemos llegar a ser tan estúpidos? ¿Cómo podemos llegar a creernos científicos, políticos u hombres de estado (quita, quita...)? Seamos humanos. Olvidemos los enfados. Limemos asperezas y pensemos con el corazón. Volvamos a abrazarnos, amigos. Que un puñetero bicho no pueda con lo nuestro.
Que ómicron deje de conjugarse con la M de Miedo. Desterremos los temores que se han instalado en nuestras vidas. Que el Covid no se lleve las ganas de besarnos con pasión. De estrujarnos con sinceridad, de esos abrazos estrechos que palmean espaldas y frotan cuerpo con cuerpo. Volvamos a bailar, agarrados y entusiasmados. Con mascarilla el tiempo que haga falta, pero desenmascarada el alma y los sentimientos. Cabalguemos a lomos de la vacuna, pese a las muchas dudas que a muchos aún despierta.
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El Covid tampoco nos ha robado una ilusión: seguir trabajando cada día en lo que nos apasiona. Por desgracia la pandemia sí se ha llevado muchos negocios, no pocas iniciativas de autónomos y la esperanza de empresarios de mantener sus firmas en marcha y todos los puestos de trabajo activos. Pero hay que resurgir. Si de algo saben los emprendedores es de renacer. Como ya lo hicieron en la crisis económica de 2008. Como lo están haciendo en la actual crisis de suministros. Volverán a levantar la persiana. Regresemos los que aún conservamos el puesto a las oficinas con ganas de disfrutar, discutir, reír, gruñir, avanzar, sufrir... vivir al fin y al cabo.
El ómicron tampoco se ha llevado las ganas de sentarnos a la mesa con los nuestros. Familia, amigos, compañeros de trabajo. Muchos tendrán sillas vacías, como después de cualquier guerra. Vacíos dolorosos. Pero el mejor recuerdo es siempre con un sonrisa. Con un brindis aunque sea agridulce. Recordar a alguien es mantenerlo con vida. Que el Covid no acabe con ese entusiasmo. La pandemia está cerca de convertirse en algo endémico. Un virus estacional. No dejemos que la factura mental y moral se prolongue. Guardemos el fusil en los cuarteles de invierno. Disfrutemos. Sonríemos. Abracemos. Besemos. La vida sigue en primavera.
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